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Diversidad

Por martes, junio 21, 2016

“Mi libertad la encuentro cuando busco la tuya”

El respeto a la DIFERENCIA para enriquecernos con la DIVERSIDAD.

Hoy me gustaría empezar con música.

Uno de mis compositores favoritos es Tchaikovsky. Su concierto para piano nº 1 emociona cada célula de mi piel, es como una sensación que va creciendo hacia adentro, anclándose en el corazón para llegar con toda su pasión a la mente. Allí, sus notas se entretejen con mis sueños y mis sentimientos.

Al avanzar, la música va tiñendo de fuerza mi vulnerabilidad. Me reencuentro conmigo misma, con lo que deseaba de pequeña y con lo que aún espero de adulta.

Quizá nos sorprendería conocer cómo este extraordinario músico vivió la culpa de saberse diferente en un mundo que no aceptaba la diversidad ni siquiera de uno de sus elegidos. Su sentimiento impregnó de tristeza el valor que necesitaba para seguir viviendo en aquellas condiciones.

Por desgracia para todos, no ha sido el único que ha sufrido la discriminación y la intolerancia de quienes pretenden hacer del mundo el suyo propio, en el que sólo una voz y una expresión es la autorizada. En ese mundo gris y monocorde, el pasado domingo 12 de junio de este año 2016, en el siglo XXI, y en el mundo más desarrollado, un fanático acabó con la vida de unos inocentes a los que eligió para justificarse a sí mismo.

No necesitamos volver la vista atrás, aunque sea al maravilloso y dramático siglo XIX para encontrarnos con más de lo mismo: la intolerancia de quienes no se toleran a sí mismos y se juzgan portadores del derecho a arrancar el derecho más básico del ser humano, el de vivir como cada uno decide, desde la dignidad personal, desde su libertad. Desde una decisión que protege la vida propia, la identidad, la esencia de la persona, la mía y la de todos los demás, incluso la de esa que decidió sacrificar la libertad de otros y la suya propia en una calle de Orlando.

Pensamiento, emoción, imagen, palabras, voz, creencias, edad, funciones, sentimientos, historia, cultura, capacidad, lengua, género son algunas de las barreras que pretenden separarnos a los seres humanos y a la vida que se expresa a nuestro alrededor de la que somos garantes y usufructuarios. El derecho a vivir y ser pertenece a la vida misma. Cada uno de nosotros somos una de sus manifestaciones. A esto llamamos ahora diversidad.

Cuando comprendí esto, que somos formas de ser de entre las infinitas formas que la vida puede expresar, me reconocí como una más en la totalidad del universo, con el mismo derecho y dignidad a existir, desde quien soy, como soy.

¿Quién no quiere tener el derecho a ser?

¿Quién puede juzgarse por encima de otro a ser más o incluso a ser en vez de ese otro?

Cuando era adolescente, como tantos en esa difícil y apasionante etapa de la vida, desee no ser, incluso no haber llegado a ser. Me dolía mucho la vida. Y aún conservo su dolor.

diversidad1

Esta mañana, pensando en lo que me gustaría compartir con vosotros, lo recordé. Y entonces me pregunté: ¿qué hubiera sido de mi existencia de haberse terminado entonces?, ¿cómo habría sido mi vida de concluir con tan sólo quince años de experiencia?, ¿cómo es la que ya ha recorrido más de dos veces ese camino?, ¿en qué se diferencia?

La gran diferencia sería, ahora lo entiendo, que me habría privado de la libertad de ser mas allá de lo querido sin saber que podía no sólo llegar a quererlo sino a luchar por ello. A veces la vida me sigue resultando difícil vivirla y hay días que siento que no puedo con ella. Entonces, la pregunta es: ¿es verdad que necesito poder con ella?

Cuando regreso a mi esencia y desde ella observo mi mundo, puedo agradecer el milagro de ser, de estar viva y saberlo.  Estar viva en un mundo que va más allá del que yo interpreto. Un mundo construido con cada vida y presencia ajenas a mí, diferentes a mí. Es esa diversidad la que enriquece mi propio universo, la que lo expande.

Cuando me siento así, libre para ver más allá de mis propios límites, es cuando puedo comprender la grandeza de compartir otras emociones, otros colores, otros pensamientos y otras voces, incluso otros silencios que no son cómplices sino compañeros de mi vida.

¿Para qué renunciar a ser más y mejor, a poder ver con otros ojos, escuchar lo que mis oídos no pueden oír, sentir aquello que no está a mi alcance?

La frase del título, “Mi libertad la encuentro cuando busco la tuya”, me ha acompañado desde esa misma etapa en la que pensaba mucho y sentía con mucho sufrimiento. Hoy está integrada en mi vida personal y profesional, es a lo que me dedico, es lo que soy: una persona en busca de la libertad, la mía, que encuentro en cada tramo de un camino que me permiten recorrer a su lado quienes me eligen para descubrir su propia libertad.

Una de esas extraordinarias personas luchadoras por la libertad de otros, es un alumno mío, al que sólo puedo agradecer su generosidad por la grandeza de sus propias palabras de agradecimiento para conmigo. Qué cierto es que el maestro llega cuando el alumno está preparado. Él lo estaba y yo aparecí en su vida en el momento de giro, en el mismo punto de inflexión en el que la lucha se convierte en éxito, en reconocimiento. Gracias a su valentía todos somos un poco más libres.

A propósito, de nuevo de la matanza en La Florida, cuando mi alumno me escribió para comentármelo, le contesté: “Un horror, un odio que nos ataca a todos. Una pena para llorar por el ser humano capaz de hacerse eso a sí mismo. El fanatismo une lo peor y separa la verdad de la vida”.

Te propongo alguna pregunta para que encuentres tu propia grandeza en una vida enriquecida con la diversidad.

¿Qué te hace a ti ser diferente?

¿Cómo ha engrandecido tu vida la experiencia de la diversidad?

Desde la dignidad del reconocimiento de que todos somos diferentes y todos tenemos derecho a existir, a ser, me despido hasta un próximo encuentro en el ecuador del verano que ya ha empezado a despuntar con fuerza, aunque aún no lo llamemos así.

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Ejercicio «Un viaje en el tiempo»

Por martes, mayo 17, 2016

¿Quieres aprender a descubrir recursos, a rescatarlos y ponerlos a tu disposición?

En mi anterior post, “Celebrar”, de El Rincón de Cleo, te hablaba de cómo a veces sí sabemos hacer algo, pero ese conocimiento no lo ponemos a disposición de otras situaciones de nuestras vidas. Aunque, a veces, ni sabemos que sabemos.

Para explorar este galimatías y llegar a buen puerto, te propongo un viaje en el tiempo para descubrir eso que sabes pero no sabes que sabes.

Me dirigiré a ti como la persona que explora en su vida para hallar recursos. Para ello, busca un lugar en el que puedas estar tranquila, al menos veinte minutos, con espacio suficiente como para hacer un recorrido de unos dos metros sin obstáculos. ¿Lo tienes? Desconéctate del móvil durante ese tiempo y dedícatelo a ti.

Empezamos.

ejercicio pnl linea del tiempoImagina que el tiempo de tu vida se extiende en una línea imaginaria delante de ti. En el centro está tu presente y a cada lado (derecho o izquierdo, según escoges), tu pasado y tu futuro.

Da un paso al frente y sitúate en el centro de esa línea, en tu aquí y ahora.
Respira profundamente, como si te llenaras de aire el abdomen, retiene un instante ese aire y expúlsalo lentamente por la nariz. Repite la respiración dos o tres veces hasta que notes que empiezas a estar más relajado, a conectar con ese punto imaginario de tu línea de tiempo en el que vives tu presente, sin expectativas.

En ese momento, cuando notes que conectas contigo, que estás tranquila, piensa en una situación concreta en la que hubieras deseado actuar de otra forma.

Camina hacia atrás hasta colocarte en el momento en que sucedió dentro de tu línea de tiempo. Cuando sientas que has llegado allí, métete en ella. Puedes ayudarte cerrando los ojos y visualizando la escena. Mira lo que mirabas, escucha lo que escuchabas, siente lo que sentías.

¿Dónde estás?

¿En qué momento del día sucede?

¿Qué temperatura hace?

¿Hay luz, es natural, de qué intensidad?

¿Notas algún olor?

¿Quizá un sabor?

¿Quién hay contigo?

¿Cómo vais vestidos?

¿Qué gestos hacéis?

¿Estáis de pie o sentados?

¿De qué habláis?

¿Qué dice cada uno?

¿Hay otros sonidos?

¿Cómo te sientes?

¿Puedes poner nombre a esa emoción?

Siéntela, entra a fondo en ese día, en esa hora, en ese lugar, en esa situación.

¿Qué querrías haber hecho de otra forma?

¿Qué recurso crees que te faltó?, ¿qué recurso no utilizaste, que, de haberlo hecho, el resultado habría sido otro?

Date tiempo a pensar en él. Sé concreta.

¿Lo tienes?

Ahora, sal de tu línea de tiempo.
Te invito a que te desprendas de la emoción de ese momento, quizá sacudiendo las manos, dando pequeños saltos o de cualquier otra forma que te lleve a pensar en otra cosa, por ejemplo, dónde has pasado las últimas vacaciones o con quién te gustaría salir las próximas.

De nuevo, fuera de la línea de tiempo, piensa en cuándo sí has utilizado el recurso que hubieras querido tener a tu disposición para resolver mejor esa situación concreta. ¿Lo tienes?
Entra en tu línea de tiempo y colócate en el lugar del pasado en el que supiste utilizar ese recurso. Conéctate con la escena, ya has aprendido a hacerlo: mira lo que mirabas, escucha lo que escuchabas, siente lo que sentías.
Cuando estés reviviendo la escena, llénate del recurso, experimenta esa sensación, imagina que es un objeto, dale forma, tamaño, color, quizá un sabor y un olor especiales,  un sonido, incluso una palabra o una frase que significa eso que es estar en posesión del recurso. Tenlo ante ti, en tus manos, en tu interior. Ahora forma parte de ti y está au disposición para cuando lo necesites.

Avanza por la línea hasta llegar al momento del pasado en el que necesitaste ese recurso. Conéctate con él, míralo, escúchalo y siéntelo.
En esa nueva disposición, ponle cara a la situación y actúa utilizando el recurso, ese que está para ti disponible. Reinventa la escena y vívela de nuevo. Haz los cambios que necesites. Observa cómo se comportan los demás, qué dicen y qué hacen cuando tú actúas de esa forma nueva, con el recurso que ya sabes utilizar.

Disfruta de cada sensación, llénate de ellas, de las nuevas miradas, de los sonidos y palabras que la acompañan.

Cuando haya finalizado la escena, avanza por la línea de tiempo hasta el presente, llevándote contigo el recurso, ese objeto y esa palabra que lo simbolizan.
Experimenta cómo te sientes ahora que ya sabes que sabes.

Sal de la línea de tiempo y suéltalo todo.

¿Qué vas a hacer después de leer este artículo que he escrito para ti?

Y, si quieres seguir avanzando hacia el futuro, hasta el lugar que decidas ir y vivir con ese recurso a tu disposición. ¿Qué cambiaría en tu vida?

¿Te atreves a experimentarlo?

 

Haz clic aquí para descargar el ejercicio en PDF

Te propongo que hagamos el siguiente viaje, en un nuevo recorrido por este espacio que está siempre a tu disposición.

Te espero en el próximo artículo de mi blog, El Rincón de Cleo.

 

María Luisa Martín Miranda

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¿A qué llamo innovación?

Por martes, mayo 3, 2016

La innovación ha sido una de las últimas propuestas formativas en las que me han pedido colaborar. Me encanta participar en el desarrollo personal y profesional de las personas y de las organizaciones. Para mí es un lujo tener la posibilidad de compartir la experiencia entre grandes profesionales, empeñados en su mejora permanente, abiertos al cambio. En esta propuesta, en la que pude compartir el aprendizaje con docentes universitarios, les planteaba esa pregunta: qué es la innovación, cómo abordarla en el aula para ser los líderes del cambio que deseamos ser, que queremos generar y en el que deseamos participar. La palabra más certera sería co-crear.

Una de las personas con las que me formé comentaba que el Coaching era un trabajo en el que pagaba uno y aprendían dos, el coachee y el coach. Esto es lo que a mí me sucede con cada curso, taller o encuentro en torno al desarrollo de nuestra inteligencia emocional, de nuestra comunicación con el mundo, de nuestras habilidades en las relaciones, de nuestras competencias en grupo y en equipo. En cada una de estas ocasiones sigo aprendiendo y ninguna de ellas es igual a ninguna otra.

Es una suerte poder dedicarme a lo que me apasiona. Y esto no significa que no me suponga un esfuerzo, que no me cueste, que no acabe cansada, incluso agotada o un poco más, que no me duelan algunos de estos aprendizajes que vivo en primera persona del singular, en mí misma y para mí. En este caso lo que singularmente aprendo es cómo gestionar más eficazmente mis emociones y cómo seguir haciéndolo mejor.

¿Te has sentido alguna vez desbordada por algo a lo que ni siquiera podías poner nombre?

Las emociones nos suceden, nos ocurren, nos invaden a veces, no desbordan si cabe y se lo permitimos. La clave está en darme cuenta de qué me está pasando, dejar que suceda, darle un tiempo y un espacio a que se exprese y luego indagar, ¿qué pensamiento hay detrás de esa emoción, de eso que siento? Descubrirlo es el proceso de mejora constante y, como consecuencia, de innovación.

¿Qué puedo hacer diferente para tener otro resultado?, ¿qué debo mantener, optimizar o impulsar aún más?, ¿qué puedo disminuir o  eliminar, definitivamente o por el momento?

A veces son pequeños cambios y muchas de las veces son sólo eso. Tan pequeños que puedo ser yo la única persona que los note al principio. Como la primera onda en un estanque. Pero, ¿qué pasa con las siguientes? Sí, eso, lo que estás viendo ahora, la imagen que te devuelve tu mente. Lo que pasa es que acaban en una enorme ola que se extiende hasta los extremos y termina por abarcarlo todo.

Les preguntaba a los alumnos-profesores, ¿qué hacemos antes de innovar?, ¿cómo es el ciclo de la innovación? I + D + I son las siglas con las que hace años se identifica en las empresas esta secuencia de mejora: investigar, desarrollar e innovar.  Y cuando nos planteamos innovar en el aula para liderar el cambio, ¿de qué estamos hablando?

Para investigar invertimos recursos, personales, materiales y financieros, con el fin de obtener ideas. En la fase de desarrollo, esas ideas son puestas en práctica y testadas para su optimización. Finalmente, al innovar lo que hacemos es invertir nuevas ideas para obtener fuentes de recursos renovables, avanzando por otros caminos, manteniendo o descartando algunos de los ya conocidos.

Esto significa que he de saber qué hago y cómo lo hago antes de planificar alternativas. La mejora tradicional se inicia con el diagnóstico de la posición de partida y de la proyección de a dónde quiero llegar.

innovacion quien eras antes de ser quien eresPara ayudarnos a ver esto claro, invité a los alumnos a que se hicieran la pregunta que dejo aquí para ti: ¿quién eras antes de que alguien te dijera quién deberías ser?

Estamos tan acostumbrados a seguir caminos que otros han planificado por nosotros que a veces ni nos damos cuenta de que estamos andando o de que nos hemos parado y no sabemos dónde.

Podemos imaginar nuestras caras cuando alguien nos pregunta una cosa así: confusión, absurdo, desconcierto, incredulidad, sorpresa… Son el reflejo de las emociones que mostramos ante la incertidumbre, el no saber a qué atenernos o el no querer saber. A veces preferimos que nos señalen el camino y el ritmo. Creemos que es una forma de mantenernos a salvo, sin cruzar la barrera, sin exponernos, sin salir de la zona de confort.

Cualquier cambio que queramos introducir en nuestras vidas, también en lo profesional, como es el cambio en el aula, pasa por saber en qué momento del camino estamos y cuál es ese camino. Y cualquier cambio que queramos introducir en los otros pasa por experimentarlo nosotros primero.

Si yo no he experimentado lo que se siente cuando hago frente a una situación, sea la que sea, la más sencilla, la más trivial, cómo voy a poder acompañar a otra persona a vivir su propio cambio.

Liderar es liderar-me primero.

La responsabilidad de acompañar el crecimiento profesional de otros se ejerce en primera persona desde la propia responsabilidad con el compromiso de saber quién soy y quién quiero ser. Luego veré cómo hacerlo. Aprenderé a hacerlo, ensayaré caminos distintos y ritmos diferentes, los míos. Buscaré y encontraré alternativas, y momentos de parar y recapitular antes de seguir.

Acompañando el cambio desde el liderazgo en el aula de estas valiosas personas, los profesores, me di cuenta de cómo es mi propio liderazgo, de cómo lo ejerzo y qué resultados obtengo. Ésta es la propuesta más honesta que les pude hacer, mirar hacia adentro de ellos mismos, contemplarse en el espejo de sus compañeros y de sus alumnos y seguir indagando.

¿Qué puedo desarrollar, mantener, optimizar, reducir, eliminar y generar de entre todas las opciones a mi alcance, para ser la persona y la profesora líder que deseo ser, la que cubre mis propias necesidades, la que necesitan mis alumnos y satisface sus expectativas? Pregunto, me pregunto a mí misma y les pregunto a ellos. Me pongo en su posición perceptiva, como decimos en PNL. ¿Qué ve, escucha y siente cada uno desde otra persona que no soy yo, que es el otro?, y ¿qué puede estar dejando de ver, escuchar y sentir?

Me sitúo en el lugar desde el que observa el mundo, desde el observador que es, como decimos en Coaching. Y lo hago con su ayuda, con la escucha activa de sus conversaciones, de cómo se comunica, de cómo son sus interrelaciones.

Este cambio de perspectiva nos permitirá encontrar opciones diferentes, recursos propios que debo poner en juego, descubrirlos y entrenarlos. Seguramente me llevará a lugares ocultos muy a la vista, como son mis creencias, desde las que me permito o no actuar.

La mejor herramienta de un líder-coach es la escucha.

Practicarla eficazmente le facilita la investigación, el desarrollo y la innovación permanentes. Esa eficacia dependerá de su capacidad para compartir su mundo y entender el del otro.

La primera escucha a practicar es la de uno mismo, con uno mismo. Es sentarse y prestar atención a ese diálogo interno permanente que me pasa tan desapercibido cuando, sin embargo, determina mi sentir y mi actuar.

La segunda escucha es prestar atención al otro, a sus palabras y silencios, a sus gestos, a su postura, a su mirada, a su voz, a los cambios de respiración, a cómo se altera casi imperceptiblemente determinados aspectos de su piel a lo largo de su comunicación.

Por aquí empezamos juntos la indagación del mundo profesional de cada docente, del suyo propio y de cómo quería que fuera en adelante.

Es un viaje apasionante, lleno de descubrimientos, sorpresas y retos.

Se trata de un viaje que nos sacará de muchos lugares conocidos, de muchos espacios de comodidad y nos plantará cara a cara con nuestras creencias, nuestros retos, nuestras necesidades, nuestros valores, nuestras capacidades para ser quienes un día quisimos ser y quienes hoy estamos decididos a llegar a ser, en el aula, siendo líderes del cambio que proponemos.

¿Qué clase de cambio quieres tú?, ¿por qué es importante para ti?, ¿qué dificultades prevés y cómo vas a solucionarlas?, ¿a qué te comprometes?, ¿qué estás dispuesto a hacer para conseguirlo?, ¿cuándo vas a empezar?

 

 

 

 

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Cantos de sirena

Por sábado, febrero 6, 2016

Primeros de año y ya varios propósitos a punto de naufragar. Dicen, los que se dedican a hacer estadísticas de los comportamientos humanos, que a partir de la segunda quincena de enero, las promesas que nos hemos hecho con el brindis de las doce campanadas se han transformado en papel mojado casi en su totalidad. Por ejemplo, el propósito de ir al gimnasio fracasa en un 80% de los casos antes de acabar el mes de la cuesta. Algo semejante pasa con ponerse a dieta, aprender otro idioma, dejar de fumar o casi cualquier cosa que nos hayamos prometido en el momento de euforia que supone iniciar un año cargado de buenos deseos.

Y es que se trata de eso, de buenas intenciones.

¿Has probado alguna vez a intentar hacer algo y no te ha salido? Hazlo ahora, dite a ti misma: voy a intentar levantarme de la silla. ¿Qué pasa?

Pero si lo que te dices es: voy a levantarme de la silla, ¿qué crees que sucederá?

¿De qué estamos hablando? De cómo nos hablamos a nosotros mismos, de nuestros mensajes de autosabotaje o de los que nos impulsan a ir más allá de lo que hacemos y conseguir lo que nos proponemos.

Todos estos comportamientos quedan grabados en nuestras redes de neuronas. Se convierten en circuitos impresos que nos facilitan o impiden el siguiente paso, el siguiente comportamiento. Los científicos han descubierto complejas estructuras neuronales con distintas actividades eléctricas en una zona del cerebro, los ganglios basales, desde la que se controla nuestro comportamiento más elemental, la supervivencia, las acciones motoras, las conductas compulsivas, los hábitos y las adicciones como caso extremo. Allí, en esa zona profunda del cerebro, unas células expresan una actividad que permite al resto del organismo responder o no. Cada vez que se repite la conducta, el hábito se graba en estos circuitos neuronales automáticos.

De manera que, romper el hábito de hacernos propósitos para luego romperlos es toda una empresa, tan ambiciosa y arriesgada como el viaje de Ulises hacia su Ítaca, como nos evoca el título de este encuentro.

Es que nos gusta tener buenos deseos, contarnos nuestras buenas intenciones. Nos da algo así como un chute de glucosa. Si lo repetimos, ¿a quién no le amarga un dulce?, y se convierte en habitual, se desencadena algo así como un estado de hiperglucemia con picos de hipoglucemia, lo que llamaríamos: diabetes. Y con nuestra “diabetes-hábito de hiperconsumo” a cuestas, volvemos a repetir, una y otra vez, la promesa y su incumplimiento. Al final, nuestro cerebro acaba por grabar, a “fuego eléctrico”, el circuito del “parece que lo quiero pero en realidad no puedo”.

Así, de esta manera tan eufórica y depresiva, nos podemos mantener en un enamoramiento permanente de nuevos propósitos que difícilmente llegarán a ser el amor de nuestras vidas.

Además de esos “monstruos” que nos esperan en el interior de nuestras mentes para devorar nuestros deseos, en el viaje a la Ítaca de cada uno que anunciamos cada año nuevo, podemos encontrarnos con otros personajes que nos prometen todo eso que a nosotros solos se nos hace tan difícil alcanzar. Éstos son los “cantos de sirena”.

Si haces…eso que nos venden en un manual práctico para principiantes o expertos, según el caso, obtendrás… sí, justo, eso que anhelas, llegar a tu Ítaca.

Y es que las sirenas, además de una belleza extraordinaria, poseían una enorme inteligencia. Esas criaturas perfectas eran tan competentes en prometer la felicidad como deseosos de obtenerla aquellos a los que cautivaban con sus cantos. Tan hábiles eran estas divinidades marinas que casi siempre conseguían sus propósitos, a cuenta de los propósitos de los navegantes que surcaban las aguas de sus dominios.

Es fácil dejarse llevar por el espejismo de conseguir lo que se me resiste, y además, de una manera muy atractiva, casi sin esfuerzo. Dejarse seducir por el propio deseo hasta naufragar en el arrecife de un nuevo fracaso.

¿Reconoces algún canto de sirena cerca de ti?, ¿has escuchado alguno, alguna vez? El coche que te convertirá en el mejor conductor y el más atractivo, el perfume con el que caerán rendidos a tus pies, ¿te suenan estos? Son tan habituales que creemos que ya no nos engañan. En estos días se nos promete de todo, siempre más y mejor. El mercado está lleno de cantos, algunos emitidos incluso por personajes mucho menos atractivos que las sirenas, que se llaman a sí mismos gurús, cuya experiencia y conocimiento se basa en la capacidad de seducir a las masas. Caemos en sus antiguas trampas llevados por el ansia de convertirnos en lo que soñamos y conseguir eso que imaginamos que creemos, porque nos lo han asegurado, en el prospecto o en las cláusulas del manual, que nos llevará a la felicidad: poder, salud, belleza, dinero, reconocimiento, éxito… Pero, claro, sin arriesgar demasiado y sin que tengamos que esforzarnos tampoco mucho.

Cuando se trata del desarrollo personal, de convertirnos en nuestra mejor versión, como llaman algunos a ese proceso, la seducción es aún más dulce y nos llega al centro del corazón mucho más rápido, inundando de glucosa nuestro torrente sanguíneo. Lo hace tan deprisa como los que nuestros ganglios basales estén entrenados en reconocer patrones de comportamiento: “lo compro y me lo creo”, es uno de ellos. Con este programa instalado, nuestra voluntad se habrá invertido en adquirir esa nueva herramienta para la transformación. Y luego, ¿qué?

Enseñar es sólo una parte del proceso de cambio, la otra es: aprender. El mejor de los cursos y la mejor de las herramientas sólo servirán si yo pongo mi voluntad la servicio de ese cambio, me cueste lo que me cueste. Mi responsabilidad va más allá de la del formador o del coach, es la que aparecerá en cada pasito del camino que tendré que recorrer, después de aprendidas las instrucciones, incluso de entrenadas. Mi compromiso con mi propio desarrollo es el verdadero canto que me salvará de naufragar.

Una vez sentadas las bases, firmado el contrato de responsabilidad con la persona de mayor influencia en mi vida, cuyo poder sí es capaz de transformarme, yo misma, estaré en disposición de poner en práctica y hacer realidad cada uno de los propósitos que redacte al principio de año o al comienzo de cada instante de un nuevo recorrido en mi vida: ahora, que es el único tiempo que nuestro cuerpo es capaz de conjugar y en el que invita a la mente a estar centrada, con atención plena en el objetivo y en la acción necesaria para alcanzarlo.

Te invito a que revises los contratos de lo que compras y de los procedimientos para lograr lo que deseas. Si en ellos no está tu firma, aceptando sin lugar a dudas tu implicación, tu esfuerzo y tu responsabilidad, será un papel tan mojado como si se hubiera ya hundido en las aguas de la costa helena asediada por las seductoras sirenas.

Y, si te parece, para otro día dejaremos lo de cuándo decidir y quién toma las decisiones en nuestra vida.

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La Mirada del Otoño

Por lunes, octubre 19, 2015

Llevaba un tiempo pensando cómo empezar este curso y de repente me encontré en la primera mañana del otoño escribiendo sobre qué quiero en mi vida y qué tengo en ella.

Mi mochila se está vaciando, como la ropa de mis armarios. Pero esta vez, no la llenaré de inmediato con sustitutos ni sucedáneos, por muy de moda que estén o por mucho que me apetezca o porque es lo que se espera de mí. Esta vez, la llevaré vacía para que quepa lo que la vida me traiga. Esta vez mis armarios acogerán lo que necesito y no lo que me gusta, aunque no llegue a usarlo.

Cada otoño desde que tenía cinco años, vuelvo al cole. Cuando empecé a darme cuenta, a entender que después de las largas vacaciones con mi familia, tocaba separarme durante el día de ellos y salir al encuentro de otras personas, mis compañeras, mis profesores, las monjas, los niños del colegio de curas que nos esperarían a la salida para levantarnos las faldas. Algunas de esas personas se convertirían cada año en amiguitas, algunas lo son aún, mis amigas. Otras me enseñarían lo que aún recuerdo y lo que he olvidado que sé. Como el conductor de aquel autobús que nos llevaba al colegio cada mañana. Un día crucé por delante, al bajarme de él corriendo hacia la entrada de mi cole. Cuánto se enfadó y cómo me gritó que no lo volviera a hacer. Experimenté lo que suponen las prisas y poner la intención en algo que aún no ocurre y que me distrae del presente. En aquella ocasión el peligro real que corrí fue ser atropellada y, sin embargo, el que mi mente temía era el de llegar tarde a clase.

¿En dónde estaba puesta mi mirada y mi energía? ¿Puedes encontrar algún momento tuyo en el que tu atención estuviera en otra parte y no en lo que te estaba pasando?, ¿qué te supuso?

A la vuelta del paraíso verde en el que transcurría la vida de mi familia como “veraneantes” y al que sigo regresando todos los años, un día me di cuenta de que me encantaba ese nuevo comienzo, de que el verano había pasado pero el cielo se seguía pareciendo al de las vacaciones, gris y húmedo. Sin sentir la pérdida, al contrario, con toda mi energía puesta en mi auténtico año nuevo: el otoño y la vuelta al cole.

¿Qué sucede cuando acepto lo que ya ha pasado y me enfoco en lo que ahora demanda mi atención?, ¿qué pasa con mi energía? Te invito a que encuentres un momento en tu vida en el que hayas estado centrada, atenta a lo sucedía en tu vida, dejando ir lo que ya había pasado.

Estaba deseando organizar esa vuelta al cole, forrar lo libros, preparar los cuadernos, los lápices, la cartera, el uniforme, todo lo que aprendería, todo lo que me esperaba por descubrir. Era como planificar un viaje lleno de ilusión. ¿Estarían mis amigas?, ¿qué profesores tendría?, ¿serían difíciles las asignaturas?, ¿a quién conocería?, ¿me gustarían?

Recuerdo ir a la librería y a la papelería con mi padre. Lo recuerdo como si lo acabara de hacer. Y me veo en la mesa grande del comedor al lado de mi madre, ordenándolo todo, preparándolo para el primer día. ¡Qué emocionante! El olor de las páginas llenas de tinta nueva de apenas dos colores. El sonido de los lapiceros de colores al chocar entre sí dentro del portalápices. Este año, de tela negra y roja con cremallera, grande. Ya no me valía el rígido que usaba antes. Metería en él también un sacapuntas de metal, en vez del cisne de plástico que me trajeron los reyes un año, y un borrador para lápiz y boli, en lugar de la goma de nata. El cuaderno que escogí esa vez era de anillas con separadores de colores para cada asignatura y se podía cerrar con una solapa. Con la dymo le puse mi nombre en la parte delantera, arriba, igual que a los libros después de forrarlos. MMM, escribía mi madre en la cinta de tela que cosía a los “babis” para que pudiera colgarlos. “Eme al cubo” me han llamado alguna vez. Hoy, en mi trabajo, una compañera me ha dicho: “¡cuántas emes en tu nombre!”. Y yo he recordado con una sonrisa de ternura y admiración a aquella niña que hoy sigue preparando su vuelta al cole.

¿Puedes ver a esa personita que hay en tu interior?, ¿cómo te relacionas con ella? Prueba a darle tu cariño de persona adulta, tu cuidado y tu agradecimiento por haberte traído hasta aquí. Y experimenta cómo te sientes después.

la mirada del otoño1Este año es mi vida, la de estudiante también la que preparo. Nunca he dejado de estudiar, aunque hace ya un tiempo que estudio cosas diferentes, cosas que no necesito tener en un papel con ningún crédito. Cosas que llevo en el corazón y en la mente y en el cuerpo, en lo que pienso, siento y hago.

Cuando me he puesto a pensar, sentir y hacer con estas cosas bonitas, me he acordado de cuando aprendí qué es lo que tengo en la vida y qué es lo que quiero tener en ella.

Te invito a que hagas el mismo ejercicio que hice yo entonces y que me planteo a cada paso que dudo o que me entristezco por lo que no tengo en mi vida, o, incluso, me enfado por lo que hay en ella.  Es un ejercicio de observación, de pararse por un momento y mirar.

¿Hacia dónde estás mirando y qué estás dejando de ver?

Cuando me pregunto esto me puedo dar cuenta de qué estoy echando en falta: el verano que ha acabado, las vacaciones pasadas que maquillo, el despertador que suena implacable cada mañana, el dolor de espalda que noto a ratos, los dos kilos que digo que me sobran, una conversación de trabajo que no me gustó, el trabajo de casa sin ayuda, la ropa que he dejado en la lavadora, el sueño sin soñar…

Agotada y sin energía es como me acabo de quedar, porque la he ido dejando en cada uno de estos pensamientos vampíricos. Al menos no he escrito que me roban, como si alguien superior a mí tuviera el control de mi vida. Al menos, soy consciente de que soy yo la que permito a esos vampiros chuparme la energía que necesito para mirar hacia…

¿Hacia dónde crees que estaba mirando? Sí, exacto, hacia lo que no me gusta, hacia lo que echo en falta.

Ésta es mi propuesta, recoge en un papel todo lo que te salga de estas cuatro miradas diferentes:

Lo que quiero y tengo.

Lo que no quiero y no tengo.

Lo que quiero y no tengo.

Lo que no quiero y tengo.

 

¿Qué te ha costado más pensar?, ¿qué ha sido más fácil?, ¿de qué te has dado cuenta?, ¿qué cambiarías?, ¿por dónde vas a empezar?

Cuando me fijo en lo que creo que carezco, dejo de ver lo que sí tengo. Cuando la mirada está en la carencia, la abundancia no existe.  Cuando mi energía se pierde, se malgasta en lo que no es de valor en mi vida, no dispongo de más para emplearla en alcanzar mis sueños y estar, en este momento, sin más, presente para mí, para darme lo que necesito, disponible para aceptar, para aprender, para crecer, para ser, sin las expectativas que han puesto otros en mí, o incluso yo, copiándoles a esos otros.

Cuando vuelvo a mirar a mi vida, me doy cuenta de todo lo bonito que hay en ella y todo lo que me permito que entre. Y también todo aquello a lo que he puesto límites de entrada.

Y de esto hablaremos otro día.

 

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El ojo de boticario

Por viernes, julio 10, 2015

Ética profesional y fidelización de clientes.

El cocodrilo esperaba colgado del techo su turno a que el mancebo acabara de convertir en polvo aquellas piedras resplandecientes. Se las había dejado su maestro dentro de un minúsculo saco, con la orden de triturarlas en el mortero de piedra hasta que se le cansaran las manos y sin desperdiciar ni un grano. Manejaba el pistilo como la mejor de las cocineras. Era una labor concienzuda. Al principio le pareció sencilla, pero no había nada simple entre aquellas paredes.

Las instrucciones de su señor eran muy estrictas. Él las acataba temiendo aquella mirada de reprobación que dejaba ver su rostro enjuto. No necesitaba ninguna palabra ni ningún gesto grandilocuente para entender cuándo se había equivocado. Mozos sobraban, sólo los espabilados podían estar a la altura de un oficio tan exigente.

El ojo de boticario.En este trabajo se vio rodeado de lo que al principio le parecieron utensilios de una extraña cocina. Pronto empezó a reconocer los rechonchos alambiques bajo un fuego contenido, goteando un líquido aromático que recogía en matraces y frascos de colores. Encajar el tapón de cristal esmerilado y pegar la etiqueta con el nombre, era el ritual siguiente. Culminarlo, le hacía sentir más cerca del reino de la Alquimia, ese arte mágico, y brujo para muchos, en el que habitaba su maestro. Aprendía de él en cada gesto, en cada frase que pronunciaba. Sus palabras le sonaban a ensalmos. Le recalcaba la importancia de escribir bien esos signos tan incomprensibles para la mayoría de los mortales. La primera vez que se lo dijo, sintió su cercanía al confiar en él una labor tan meritoria.

De entre todos los artilugios, los crisoles, puestos sobre hornillos a calcinar, le fascinaban. “Se quema lo viejo, el cuerpo que ya no vale, liberando así el espíritu”, le decía el boticario, refiriéndose al polvo blanco que quedaba en el fondo. Con una espátula, el mozo recogía el resultado de la incineración como si fuera su propia alma.

Todo tenía que pesarse escrupulosamente. Sabía usar bien la balanza, aunque fuera de aquel tamaño minúsculo para él, acostumbrado a la romana del mercado.

Los albarelos era lo que más llamaba la atención de las señoras que se atrevían a traspasar la espesa cortina de olores acres que rezumaban las paredes, en busca de sus afamados elixires. Aunque a veces esos olores eran tan dulces y amables como las maneras que sabía lucir su maestro.

En los anaqueles se apilaba el botamen de cerámica y de vidrio. De formas galantes, con pie y toca, adornados con flores y cintas, o rectos como soldados jóvenes y austeros como abadesas. Los había de todos los tamaños, encajados en rincones, supurando sus venenos, o relucientes y puestos a la vista, como majestades. Contenían las materias primas de la botica y los remedios ya dispuestos. Allí se podían encontrar pétalos o raíces de hierbas recolectadas como mandaba el canon botánico, o faneros y órganos de animales exóticos, y todas las preparaciones hechas según el arte. Los rótulos con sus nombres sonaban a canto gregoriano.

Al llegar a  la botica, el maestro le había enseñado el viborero y la lagartera. No sintió repelús, a él eso no le intimidaba. Ni tampoco se inmutó al ver el estanque plagado de sanguijuelas.

Aquel día, como si el habérselo mostrado le hubiera inspirando, el maestro sacó su libro de recetas, que llevaba siempre consigo, y apuntó algo para una poción, le dijo, mirándole con la esperanza de que llegara a ser su confidente.

El ojo de boticario.

Después del primer recorrido por las estancias de la botica y sus anejos, notó que el boticario lo miraba con otra cara, como con una curiosidad en la que podía haber algo de aceptación, la mínima para que volviera a la jornada siguiente. De eso hacía ya unos años. Aprendió rápido a cuidar la vida cautiva y peligrosa que se transmutaba en mágicos venenos en las manos de su maestro. Había oído hablar de las artes de aquel boticario mucho antes de servir a su lado.

El lapidario lo vio más tarde. No recuerda cuándo, pero sí el día que supo que en el armario labrado de madera y recubierto de pan de oro estaba el mayor secreto de aquellas estancias, el “ojo de boticario”. Era un domingo de Ramos, el día del Señor. Una mujer había corrido en busca de auxilio para su hijita. Era criada de una buena cliente suya, de las que pagaban bien y se mantenían fieles a sus remedios. Pero a ella no le hizo falta suplicarle. En el pildorero de porcelana, la chica se llevó el remedio santo, preparado para ella al momento. Aquel día, entendió qué significaba ser maestro. Y se llenó de orgullo de ser el simple mancebo de aquél tan grande.

En el cajón de doble cerradura del gran mueble dorado, el boticario guardaba bajo llave sus tesoros más valiosos. Corrían muchos rumores sobre lo que contenía. Algunos hablaban de la piedra de más luz nunca vista, capaz de convertir un burdo metal en oro. Hasta la fecha, a él nunca le hablada de eso. “Haz bien tu trabajo y aprenderás”, era lo que le repetía constantemente, como una melodiosa canción que acabaría calándole hasta los huesos.

Él aspiraba a llevar un día, en una de esas lujosas cajitas de madera policromada, el veneno que curara el mal que padecía su madre, de quien era el guardián de sus recuerdos.

 

Era el final de un día de trabajo y no sabía cómo continuar lo que acababa de escribir. Salí a pasear con Cleo. Estaba esperando a que cayera el sol para abordar el pensamiento que intuía quería liberarse de entre la telaraña de mi mente.

¿Desde cuándo no me dejaba sorprender?

¿De qué me sentía aprendiz? y ¿quién era mi maestro?

Notaba algo así como una ebullición de emociones. Como un borboteo ruidoso y sordo a la vez. Y, de golpe, algo parecido a una carrera de sensaciones. Las vi corriendo tras los pensamientos que se atrevían a salir de la cárcel en la que los había tenido cautivos con casi toda la razón.

Qué tonterías era capaz de pensar cuando dejaba de pensar. ¿Tonterías?

Si pudiera poner nombre a las emociones y si ellas se dejaran ver y tocar, ¿tendrían el color de las avellanas?, ¿sabrían a caricias?, ¿olerían a lluvia?, ¿serían grandes como gigantes o pequeñitas como briznas?, ¿me querrían decir eso que los pensamientos ocultaban?

Me dejé sentir y pensar por lo más inocente de mí, por la niña que paseaba a mi lado, la que llevaba a Cleo de su manita creyéndose mayor. Las tres caminábamos tan juntas que podía sentir el latido de un único corazón.

¿Qué es lo que me gustaría curar de mi vida?

¿Qué es eso que hago de lo que estoy orgullosa?

 

Haz bien tu trabajo y aprenderás, recordé.

 

Y tú, ¿qué secretos guardas bajo llave?

 

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¿Hablas o te comunicas?

Por domingo, junio 7, 2015

A menudo nos decimos que nos falta comunicación, que necesitamos más comunicación, que la comunicación falla, que es imposible comunicarse, que se nace comunicador o no, ¿no es verdad? Estos son algunos de los mitos de la comunicación que contribuyen a que nuestras conversaciones no alcancen nuestras expectativas y vivamos casi en un continuo malentendido.

Sin embargo hay quienes se comunican de otra forma. Ellos practican una comunicación con nombre y apellido, una comunicación eficaz. ¿Cómo lo hacen? ¿Es posible ser uno de ellos y ahorrarme conflictos, enfrentamientos y frustraciones? Claro, si alguien puede, todos podemos. Es cuestión de aprender.

Comunicarse eficazmente es algo muy distinto a hablar más. No se trata de cantidad sino de calidad.

 ¿Cómo son mis comunicaciones? ¿Qué canal utilizo?, ¿identifico el que utiliza mi interlocutor?, ¿cómo puedo sintonizar con él?, ¿empleo las palabras adecuadas, las que quieren decir lo que quiero decir y las que la otra persona comprende?

Además de con palabras, ¿cómo me comunico? ¿Qué dicen de mí mis gestos, mi postura, mi imagen, mis silencios, mi voz, mi mirada?

¿Te has preguntado alguna vez qué fue lo que pasó para que no te entendieran con lo claro que creías haber hablado o que no aceptaran tu ofrecimiento cuando tu mensaje era tan positivo? Ponte en el lugar de tu interlocutor, mírate con sus ojos, escúchate con sus oídos, experimenta la emoción o el sentimiento que produce tu mensaje en él.

¿Hablas o te comunicas?El lenguaje nos abre y cierra puertas. Con el lenguaje abrimos y cerramos puertas. ¿Notas la diferencia entre las dos expresiones?

Una cosa es escoger y otra que te escojan. Cuando aprendo a verme, escucharme y sentirme tengo la oportunidad de comprender el mensaje de la otra persona en su totalidad. Cuando me comunico eficazmente, mi interlocutor entiende lo que le digo y cómo se lo digo, con congruencia entre mis palabras y mis gestos, entre mi comunicación verbal y no verbal.

Esta congruencia es lo que da credibilidad a lo que digo y permite que sea entendido mi mensaje. Cuando estoy atenta a mi comunicación no verbal, puedo ver si la otra persona también me entiende. ¿Cómo lo hago? Observando los gestos, postura y mirada del otro, el tono y timbre de su voz que refuerza o no lo que me dice. Es un proceso dinámico, una reacción bidireccional en la que ambos participamos activamente, queramos o no, porque es imposible no comunicarse.

La comunicación no verbal traduce nuestras palabras en clave, dándoles o quitándoles crédito. Mientras observo y me observo para sincronizar mis palabras y gestos con los de mi interlocutor, estoy poniendo mi forma de entender el mundo a disposición de la forma de entenderlo del otro. En ese momento comparto mi mapa con el suyo. Es como si extendiera ese mapa mental que contiene la representación de mi mundo, de mi forma de entenderlo, ante los ojos del otro, facilitándole a él también que me muestre el suyo para llegar a entendernos. Si lo logramos, estaremos más cerca de aceptarnos y, quizá, de caminar un tramo juntos. Desde luego, habremos conseguido saber de qué hablamos cada uno, sin malos entendidos.

La PNL (Programación Neuro-Lingüística) nos abre las puertas a esa comprensión del mundo, del propio y del ajeno. Escuchar, ver y sentir son nuestros canales de comunicación y representación de la realidad. Son los caminos que utilizamos para crear nuestro mapa.

¿Qué podemos hacer para aprender a comunicarnos eficazmente? y ¿cómo lo hacemos? Utilizando nuestros sentidos, nuestros canales de aprehensión del mundo.

¿Te animas a verte, escucharte y sentirte?, ¿te atreves a ver, escuchar y sentir al otro? Si lo haces, estarás preparado para comunicarte eficazmente.

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Ejercicio para la toma de decisiones

Por lunes, enero 12, 2015

Si tú no decides, alguien lo hará por ti.

Por eso te animo a que leas mi post “¿Qué camino escoges?” y reflexiones sobre cómo tomas tú las decisiones. Y luego, a que practiques este ejercicio que te ayudará a desarrollar habilidades en la toma de decisiones a hacerlo de una manera consciente con este ejercicio que te propongo.

Vivir es elegir. Lo hacemos constantemente, de manera consciente o inconsciente, programada o sobre la marcha. Y según dicen los expertos, de entre las muchas estrategias para tomar decisiones, la mayoría de las veces sólo utilizamos 4 ó 5. Lo más curioso es que estas mismas estrategias las aplicamos a decisiones tan cotidianas como la compra diaria en el súper o por dónde vamos al trabajo, o de tanto alcance como cambiarnos de casa o de trabajo.

En este post te invito a entrenar tus habilidades en la toma de decisiones.

No existe la decisión ideal, porque en todas hay incertidumbre, y cualquiera que tomemos tendrá ventajas e inconvenientes. Pero sí podemos aprender a tomarlas con mayor eficacia y con mejores resultados.

Para llegar ahí, ¿qué necesitas saber? y ¿qué tienes que hacer?

Lo primero, conocerte, saber de ti. Porque sabiendo esto podrás tomar la decisión más acorde, la que te proporcionará una sensación mayor de serenidad y de acierto.

Entrenarme para conocer qué es lo que quiero y qué es lo que no quiero en mi vida.

toma de desiciones 1

 Toma papel y lápiz y dibuja un cuadro con cuatro casillas, como el que te pongo más abajo, y escribe en ellas:

 

1ª Casilla: lo que quiero y tengo.

 

2ª Casilla: lo que quiero y no tengo.

 

3ª Casilla: lo que no quiero y tengo.

 

4ª Casilla: lo que no quiero y no tengo.

 

Date tiempo para pensar sobre el contenido de cada una. Sé concreto y expresa tu pensamiento con sencillez.

 

¿Qué casilla te ha costado más?, ¿cuál ha sido más fácil?

¿Son todos los contenidos del mismo peso?

¿Hay alguno más relevante para tu vida?, ¿en qué casilla esta?

¿Has descubierto algo que te llama la atención?, ¿algo que no sabías?

 ¿Qué has aprendido de ti al hacer el ejercicio?

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Para descargar el ejercicio en formato PDF, haz click aquí.

Este ejercicio está basado en la propuesta de G. Bertolotto para trabajar el diseño de objetivos, a partir de los estudios de R. Bandler, co-creador de la PNL, sobre alejamiento y acercamiento, que son las direcciones vitales de nuestra mente.

 

A partir de ahora, ¿hacia dónde te quieres mover?

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Ejercicio para modular creencias

Por lunes, enero 12, 2015

 ¿Has leído el post SERVICIO PÚBLICO?

Desde El Rincón de Cleo, te propongo un ejercicio de coaching basado en PNL para indagar en tus creencias y aprender a modularlas.

Las creencias son aquellos juicios que guardamos en el disco duro de nuestra mente, a veces sin ser conscientes de su existencia, y que nos dan o quitan el permiso para hacer lo que hacemos. Son la llave de nuestras acciones.

Son pensamientos que se han quedado en las profundidades de nuestra inteligencia, que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra vida, a los que otorgamos el valor de ser auténticos, a pesar de su inconsistencia en muchas ocasiones, y a los que convertimos en nuestros juicios de valor.

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