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Mindfulness: Atención plena

Por domingo, diciembre 6, 2015

A veces la vida se me hace muy cuesta arriba. Hoy es uno de esos días. A pesar de que, poco antes de ponerme a escribir este artículo, había pensado que sería un buen tema el de estar atenta al aquí y ahora, de lo que significa la atención plena, la atención consciente. Eso de lo que se habla tanto, “mindfulness”.

Y con esa idea en la cabeza, junta a otras y a un torrente de sensaciones frías y a una emoción oscura con aristas cortantes, he sentido como que el día me superaba, como que algo tiraba de mí hacia abajo, impidiéndome subir y levantar la mirada. Hoy la vida se me había plantado en lo alto de la cuesta.

He tenido que respirar hondo, enderezar mi columna, sentarme con las piernas descruzadas, los pies apoyados en el suelo firmemente. En esa postura, vuelvo a respirar de otra manera, de una que me facilita relajarme, que es el inicio por sí sola del cambio. Es una respiración honda, abdominal. Imagino que estoy llenando mi tripa con el aire que inspiro, cada vez más pausada, más serena, más relajada. Inspiro por la nariz, siento el aire más frío entrar por las fosas nasales y salir algo más caliente. Y poco a poco, noto mi cuerpo relajándose, perdiendo esa tensión que hoy me tenía prisionera de tantos pensamientos y emociones. Y noto también mi mente más calmada, centrada en la respiración, en la vida.

Y, de vuelta a mi cuerpo, me encuentro en el aquí y ahora.

Pero…, de nuevo, en plena meditación, vuelvo a percibir ese bullicio en mi mente, el malestar en el estómago, y la tensión en la espalda, en el cuello sobre todo. Encojo los hombros y me repliego. Y escucho los pensamientos atiborrando mi cabeza de incomodidad y rabia y estrés. Siento esas emociones desplazándose por la columna, extendiéndose por el pecho, cortándome como a la altura del corazón y bajando hasta las tripas. Se me hacen un nudo.

Mi mente se ha ido de viaje.

La cojo de la mano y la siento de nuevo aquí y ahora, centrada en la respiración. Cuento uno, inspiro y espiro. Cuento dos, inspiro y espiro. A mi ritmo y poco a poco, retomo una pizca de calma, que va extendiéndose por mis brazos, por mis piernas, destensándome los músculos. Y me fijo en mi mandíbula y la suelto.

Juego con la tensión que siente mi cuerpo. Respiro, aprieto la mano derecha con fuerza y noto que la respiración se para. Compruebo así cómo una simple tensión física me interrumpe la vida. Abro la mano y suelto. Mi respiración vuelve a fluir.

El cuerpo es el ancla que me permite estar presente, vivir en el aquí y ahora, vivir, simplemente.

A través de la atención centrada en lo que mi cuerpo siente, nota, experimenta, es como puedo hacerme presente y permitir que mi mente viva en el aquí y ahora.

Agradezco a mi mente todo lo que me permite hacer: crear palabras con las que comunicarme contigo ahora, recordar nuestros encuentros y planificar los futuros. Agradezco a mi mente su capacidad de análisis y su creatividad.

Y también la acompaño hasta el patio de recreo en el que dejar de hacer para, sin más, ser. Sin nada más que lo que soy, con mi esencia, desde la autenticidad de quien soy, sin necesidad de demostrar ni hacer nada, ni siquiera observar. Me convierto en el objeto y en el sujeto de esa observación, soy, indisoluble con lo que me rodea, con la vida. Soy vida. Así, a mi niña pequeña, a mi mente entrenada para salvarme, le enseño que también puede disfrutar sin esfuerzo, sin programación y sin culpa.

 

Te invito a que pruebes a conectar con el aquí y ahora desde el ancla de tu cuerpo, a través de la respiración. Para hacerlo más eficaz, haz como yo estaba haciendo cuando por la mañana pensaba en este encuentro, sentada, con los pies apoyados en el suelo a la anchura de las caderas, como enraizados en la tierra, conectados con ella. La espalda recta, con la cabeza como si flotara, sin tensión, sin dejarla caer. Puedes imaginarla conectada con el cielo por una cinta de seda invisible. Con mis manos sobre los muslos, sin tensión, sintiendo la apertura de mi pecho. Es una postura en la que no busco la perfección, sino que estoy vinculada a ese momento y a ese espacio concretos, identificada con mi cuerpo, con sus señales. Es una postura que yo llamo de serenidad y autoridad. En la que me permito ser, sin más. En ella me dejo sentir, experimentando cómo el latido del corazón marca el ritmo de mi vida, cómo fluye mi respiración. Siento el aire que entra suave y frío, y sale más caliente después de llenarme de oxígeno, de vida, cada célula del cuerpo.

Prueba tú. Hazlo cerrando los ojos para conectar mejor con este momento, con tu cuerpo, con tu respiración. Así, con los ojos cerrados y sentada en esa postura de ser, empieza a contar y a seguir el ritmo de tu respiración: uno, inspira, espira; dos, inspira, espira; tres, inspira, espira; y así hasta 10. Puede que la mente se vaya y que pases de 10, sin darte cuenta. No importa, vuelve a empezar.

Si la mente vuelve a irse de viaje y volvemos a darnos cuenta, cada instante de ese darnos cuenta es un paso en el camino de la atención plena, un paso firme que nos permite aceptarnos y querernos, sin límites, sin condiciones.

Y pueden pasar más cosas. Como que durante ese recorrido por el cuerpo siguiendo a la respiración, experimentemos una sensación extraña, una incomodidad, un malestar o un dolor, físico o emocional. Entonces es justo el momento de darnos cuenta, de aceptar lo que sucede y seguir respirando.

Y aún pueden pasar más cosas, como un pensamiento que se cuela, un sonido que de repente se hace presente, una imagen. Todas estas atenciones nos muestran la maravilla de la mente, su capacidad de crear y recrear, de recordar e inventar, de ponerse a pensar, de la forma de pensar que nos identifica con el “modo hacer” de nuestra existencia cotidiana. Y, sin más, los dejamos pasar. Agradecemos a nuestra mente que nos los muestre y los dejamos para otro momento o para ninguno. Ahora estamos en el “modo ser”.

La mente es como un animalito al que acompañamos y educamos, con suavidad, dócilmente, enseñándole a estar presente, a encontrarse con nuestro cuerpo en el aquí y ahora. A la mente le gusta buscar historias y apegarse a ellas y quedarse en el pasado reviviéndolas. O inventarlas y proyectarlas y preocuparse, lanzándose a querer analizar y solucionar lo que en este momento no tiene solución. Eso será en su día.

Hoy, ahora, toca simplemente ser, estar presente, acompañar nuestra respiración, vivir.

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Celebrar

Por domingo, mayo 3, 2015

Un día y otro, una llamada y otra, un encuentro y otro, y yo seguía sin poder decir “te quiero”. Tan fácil, ¿no?

Sí, para mí era fácil no decirlo y estaba acostumbrada a pasar de eso que sentía como una ebullición que iba subiendo desde muy abajo y muy profundo y que casi dejaba salir en palabras. Pero no, no salían. Me lo proponía, de hoy no pasa, hoy se lo digo, “te quiero”, sin más. Y, de nuevo, no salían esas dos simples palabras de mi boca, acostumbrada a decir tantas otras.

Un día, compré, en un portal de ventas de internet, un servicio de limpieza integral del coche. Tenía un buen descuento y me había hecho a la idea de que si no era tan bueno el servicio, perdía poco. Llegar al sitio fue una odisea, casi pierdo la hora de cita, me lo advirtieron. Y si la perdía, no podría canjear mi compra más adelante, el servicio caducaba ese mismo día. Estoy acostumbrada, también, a perderme entre las pocas, para mí infinitas, posibilidades de perderse en una ruta con navegador.

¿A cuántas cosas más estoy acostumbrada a perder?

Esa tarde en que llegué a tiempo, después de mil vueltas alrededor, dejé el coche en la empresa y sin otro medio de comunicación, tuve que esperar dos horas en un polígono a que realizaran el servicio.

Puede volver en dos horas, me dijeron, al entregar las llaves. ¿Qué? Eso no estaba advertido en el anuncio ni tampoco lo pregunté yo, ni indagué en dónde estaba el sitio y qué había en sus alrededores.

Salí, cargada con el bolso y la cartera de trabajo, dispuesta a disfrutar de esos alrededores que me parecieron un páramo, desde luego por el frío. Justo al lado, casi puerta con puerta, había un restaurante de los que se anuncian como los mejores. Su nombre era muy conocido. Entré. Un café, por favor. ¿Lo puedo tomar en una mesa? El restaurante estaba vaciándose de comidas de directivos. Algunos alargaban una sobremesa con la bebida de moda que tomaban, sin humo, por supuesto, pero con la misma o mayor avidez que cuando casi todos fumaban.

Nadie me miró. Yo les observé a todos. Me divertía la escena. Apuré el café como si cada grano fuera tostado y triturado antes de hacer la infusión, especialmente para mí. Con azúcar moreno. Me imaginé con todos los derechos a estar allí. Un día volveré y consumiré su menú degustación, el de los anuncios en la radio. Estas cosas me las decía para no sentirme excluida, con derecho absoluto de usar esa mesa de ese comedor de 40 € mínimo el cubierto.

Allí empecé a pensar en que esta vez sí lo diría. Lo pensaba de otra forma, lo pensaba con el corazón y con las tripas y con algo más, algo nuevo. Un recurso que sabía utilizar en otros ámbitos de mi vida. En mi profesión, sin duda. En ella era una experta. Afrontar el reto. Me encantan los retos. Me apasiona la sensación de ir más allá de las posibilidades, incluso de las que nadie ve.

Decidí que esa tarde sería el momento de decirle: te quiero. Arriesgarme a salir de mi zona de confort, en la que la costumbre, aunque me duela, es la que conozco y es en la que me siento segura.

Después de sólo media hora de café a cubierto, salí a la calle, con más frío aún, en un anochecer de mediados de diciembre.

Llevábamos muchos años juntos, algunos en los que nos distanciamos. Yo me distancié para ser capaz de seguir queriéndole. El número de su móvil lo tengo grabado en “mis favoritos”. Lo seleccioné y esperé. Tardó una eternidad en contestar. Deja que suene, lo mira de lejos y…¿Sí…? Su pregunta, la de siempre, tuvo una contestación distinta, única. Te llamo para decirte que te quiero…

Qué anochecer tan bonito de agradecimiento. Una tras otras se fueron colocando las palabras entre nosotros como si siempre hubieran estado ahí para nosotros, esperándonos a compartirlas, a decírnoslas cuando nosotros estuviéramos preparados para oírlas.

Gracias, vida, por el amor que hay en mí. Gracias, amor, por la vida que me das.

Ha sido un punto de inflexión en nuestras vidas. Y tengo muchísimas ganas de volvérselo a decir.

Aquel día fue como entrelazar toda nuestra infancia juntos, nuestra adolescencia y los años que luego empezaron a separarnos, y tejer con ellos lo que nuestros nombres, los mismos, sienten, libres de egos, libres de personalidades. Tejer y retejer las veces que haga falta una vida llena de un amor que va más allá de lo que nos digamos, de lo que seamos capaces de decirnos con palabras.

celebrar día de la madreTe quiero y quiero seguir compartiendo mi vida contigo.

Hoy celebro el amor de mi madre que nos ama tan profundamente a los dos, que nos dio la oportunidad de conocernos y caminar por la vida sabiendo que el otro siempre estará ahí para mí, para él.

 

Hoy saldremos a celebrarlo.

 

Te invito a celebrar lo mejor de tu vida con quienes forman parte de ella. Y te invito a decírselo, a decírtelo a ti.

 

 

 

 

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