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Servicio público, calidad asistencial y atención al paciente

Por lunes, enero 12, 2015

A propósito de los once días pasados en un hospital público en el preludio de la navidad.

¿Durante cuánto tiempo vamos a seguir ocultando lo que de verdad importa?

Un trato profesional, competente y respetuoso.

No hacen falta ISO, EFQM, protocolos, estándares y observatorios de calidad, textos de buenas prácticas, cartas de servicio, manuales de estilo…

…compromisos que se redactan para…cumplimentar documentos de evaluación, certificados y acreditaciones.

¿Quién, cuándo, cómo, dónde, por qué y para qué?

No hacen falta para trabajar bien, dando todo lo que se sabe, bajo la máxima responsabilidad, la de cada uno. Estar preparado, tener los conocimientos y las habilidades necesarios para desempeñar con competencia el puesto de trabajo. Y hacerlo como las personas merecen, como merecemos: quienes prestan el servicio y quienes lo reciben.

Somos personas que trabajamos para personas.

En condiciones de máxima dependencia y vulnerabilidad. En la cama de un hospital público, vestida con un camisón que deja ver toda la belleza de un cuerpo mayor, vivido y con ganas de seguir aquí, compartiendo el cariño de una sonrisa o de una broma sobre su mala pata. La segunda cadera rota. Pero duele menos, porque el deterioro cognitivo preserva en cierta media de la sensación de dolor. Y ya no recuerda ni que se ha caído, ni dónde está o qué es lo que quería celebrar todos juntos. Pero sí sabe quién es y, sobre todo, quién era de pequeña, de muy pequeña. Un historial de varios párrafos que se resume en: necesita ayuda para todo el desempeño de su vida diaria.

Cuando tus manos y tus pies, para salir al encuentro de tus necesidades, son los de otros.

Cuando tus palabras no son tuyas sino de ese interlocutor fiable, amable y cálido o esquivo, desaparecido e inexistente.

Cuando tus oídos y tus ojos han de escuchar y ver lo que otros deciden.

Cuando esos otros no deciden para ti pero sí por ti.

Cuando la vida te lleva y te trae a su antojo, como hace la vida, que se vive a sí misma en cada una de las historias que creemos la nuestra.

¿Cuántas sugerencias y reclamaciones serán necesarias para que cada uno haga lo que tiene que hacer? Trabajar desde el compromiso con su vocación, con sus compañeros, con su empresa, con lo público, con los pacientes, con los mayores y con los vulnerables, con su propio trabajo, consigo mismo.

¿Qué te permitiría hacer lo que de verdad tu vocación te dice?, ¿qué te impide hacerlo?

El único compromiso que no depende de nada externo a mí, es el que se basa en lo que quiero hacer y cómo, en ser un profesional que se respeta a sí mismo y da lo mejor de sí mismo. Ese compromiso es mi compromiso conmigo mismo. Y ese es mi máximo valor.

 

Calidad asistencialQuizá tú también lo sepas. Tú, que escogiste ese trabajo de atención y cuidado a quienes más lo necesitan. Era tu compromiso vital. Pero quizá no lo tienes presente en un día a día duro, complicado, con falta de recursos y motivación.

 

¿Qué te haría recuperarlo? ¿A qué esperas para devolver a tu vida eso que estaba dentro de ti cuando tomaste la decisión de trabajar en la sanidad pública?

A veces, hacemos pagar a otros lo que es responsabilidad de otros muy distintos. Pero es tan fácil.

¿Cuánto tiempo más vas a dejar que tus palabras se dirijan contra y no a favor de tus valores?, ¿y que tus actos sean incongruentes con ellos, con los que reclamas para ti?

¿Cuántos procedimientos, instrucciones de trabajo, estándares y protocolos hay que cumplimentar para hacer lo correcto?

Qué oportunidad perdida cuando hay que poner por escrito lo que las palabras dejan de decir: me merezco ser tratada con dignidad y tú también.

Una dignidad llena de competencia y respeto.

Si no estás a gusto con tu trabajo, cambia de trabajo para que otra persona con competencia, con aptitud y actitud para desempeñarlo, lo haga.

Y si no puedes cambiar de trabajo, ¿qué estás dispuesto a hacer para sentirte mejor y que los pacientes y sus familias reciban el trato profesional que se merecen, el que tú escogerías para ti y los tuyos?

 Lo que damos es lo que recibimos. ¿Tú, no te lo mereces?

Si no estás dispuesto a atender al paciente, no digas que lo atiendes señalando un letrero con un horario.

Si tienes que ocultar tu nombre, reflexiona sobre tus acciones.

Si la justificación con el mal desempeño es la falta de presupuesto, porque se lo han llevado otros o porque todo el mundo lo hace igual, revisa tu vocación, tu compromiso y deja espacio a que otro con compromiso auténtico, lo ejerza.

 Si tu desempeño lo justificas con otra justificación, revisa tus creencias. Estas yendo en contra de tus principios y tus valores, y eso te hace sentir mal. Esa actitud influye en tu aptitud. La capacidad de afrontar con éxito el trabajo la determina el motor interno, la voluntad de querer, de querer hacerlo bien.

Cuando no respetamos al otro, ¿quién nos respeta?

Perdemos la oportunidad de respetarnos cada vez que faltamos al respeto al otro. Nos faltamos al respeto cada vez que dejamos de dar al otro todo lo que nuestro trabajo merece, toda nuestra competencia profesional, nuestro saber hacer y nuestra atención.

Una llamada a ese respeto es una llamada a la consciencia, a estar atentos a lo que de verdad importa, personas trabajando con y para personas.

Desde el servicio público, tenemos la oportunidad de demostrar que las circunstancias las creamos cada vez que hacemos realidad ese trato de calidad, ese respeto y esa competencia profesional puestos al servicio del otro, para ese otro y para mí. Porque yo también soy persona.

 Somos personas y trabajamos con co-razón.

Te propongo indagar en esto para reencontrarte contigo mismo y avanzar hacia alcanzar tus objetivos de la mano de tus auténticos valores. ¿Quieres? Haz click aquí y encontrarás un ejercicio que te ayudará a revisar tus creencias.

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