
Llevaba un tiempo pensando cómo empezar este curso y de repente me encontré en la primera mañana del otoño escribiendo sobre qué quiero en mi vida y qué tengo en ella.
Mi mochila se está vaciando, como la ropa de mis armarios. Pero esta vez, no la llenaré de inmediato con sustitutos ni sucedáneos, por muy de moda que estén o por mucho que me apetezca o porque es lo que se espera de mí. Esta vez, la llevaré vacía para que quepa lo que la vida me traiga. Esta vez mis armarios acogerán lo que necesito y no lo que me gusta, aunque no llegue a usarlo.
Cada otoño desde que tenía cinco años, vuelvo al cole. Cuando empecé a darme cuenta, a entender que después de las largas vacaciones con mi familia, tocaba separarme durante el día de ellos y salir al encuentro de otras personas, mis compañeras, mis profesores, las monjas, los niños del colegio de curas que nos esperarían a la salida para levantarnos las faldas. Algunas de esas personas se convertirían cada año en amiguitas, algunas lo son aún, mis amigas. Otras me enseñarían lo que aún recuerdo y lo que he olvidado que sé. Como el conductor de aquel autobús que nos llevaba al colegio cada mañana. Un día crucé por delante, al bajarme de él corriendo hacia la entrada de mi cole. Cuánto se enfadó y cómo me gritó que no lo volviera a hacer. Experimenté lo que suponen las prisas y poner la intención en algo que aún no ocurre y que me distrae del presente. En aquella ocasión el peligro real que corrí fue ser atropellada y, sin embargo, el que mi mente temía era el de llegar tarde a clase.
¿En dónde estaba puesta mi mirada y mi energía? ¿Puedes encontrar algún momento tuyo en el que tu atención estuviera en otra parte y no en lo que te estaba pasando?, ¿qué te supuso?
A la vuelta del paraíso verde en el que transcurría la vida de mi familia como “veraneantes” y al que sigo regresando todos los años, un día me di cuenta de que me encantaba ese nuevo comienzo, de que el verano había pasado pero el cielo se seguía pareciendo al de las vacaciones, gris y húmedo. Sin sentir la pérdida, al contrario, con toda mi energía puesta en mi auténtico año nuevo: el otoño y la vuelta al cole.
¿Qué sucede cuando acepto lo que ya ha pasado y me enfoco en lo que ahora demanda mi atención?, ¿qué pasa con mi energía? Te invito a que encuentres un momento en tu vida en el que hayas estado centrada, atenta a lo sucedía en tu vida, dejando ir lo que ya había pasado.
Estaba deseando organizar esa vuelta al cole, forrar lo libros, preparar los cuadernos, los lápices, la cartera, el uniforme, todo lo que aprendería, todo lo que me esperaba por descubrir. Era como planificar un viaje lleno de ilusión. ¿Estarían mis amigas?, ¿qué profesores tendría?, ¿serían difíciles las asignaturas?, ¿a quién conocería?, ¿me gustarían?
Recuerdo ir a la librería y a la papelería con mi padre. Lo recuerdo como si lo acabara de hacer. Y me veo en la mesa grande del comedor al lado de mi madre, ordenándolo todo, preparándolo para el primer día. ¡Qué emocionante! El olor de las páginas llenas de tinta nueva de apenas dos colores. El sonido de los lapiceros de colores al chocar entre sí dentro del portalápices. Este año, de tela negra y roja con cremallera, grande. Ya no me valía el rígido que usaba antes. Metería en él también un sacapuntas de metal, en vez del cisne de plástico que me trajeron los reyes un año, y un borrador para lápiz y boli, en lugar de la goma de nata. El cuaderno que escogí esa vez era de anillas con separadores de colores para cada asignatura y se podía cerrar con una solapa. Con la dymo le puse mi nombre en la parte delantera, arriba, igual que a los libros después de forrarlos. MMM, escribía mi madre en la cinta de tela que cosía a los “babis” para que pudiera colgarlos. “Eme al cubo” me han llamado alguna vez. Hoy, en mi trabajo, una compañera me ha dicho: “¡cuántas emes en tu nombre!”. Y yo he recordado con una sonrisa de ternura y admiración a aquella niña que hoy sigue preparando su vuelta al cole.
¿Puedes ver a esa personita que hay en tu interior?, ¿cómo te relacionas con ella? Prueba a darle tu cariño de persona adulta, tu cuidado y tu agradecimiento por haberte traído hasta aquí. Y experimenta cómo te sientes después.
Este año es mi vida, la de estudiante también la que preparo. Nunca he dejado de estudiar, aunque hace ya un tiempo que estudio cosas diferentes, cosas que no necesito tener en un papel con ningún crédito. Cosas que llevo en el corazón y en la mente y en el cuerpo, en lo que pienso, siento y hago.
Cuando me he puesto a pensar, sentir y hacer con estas cosas bonitas, me he acordado de cuando aprendí qué es lo que tengo en la vida y qué es lo que quiero tener en ella.
Te invito a que hagas el mismo ejercicio que hice yo entonces y que me planteo a cada paso que dudo o que me entristezco por lo que no tengo en mi vida, o, incluso, me enfado por lo que hay en ella. Es un ejercicio de observación, de pararse por un momento y mirar.
¿Hacia dónde estás mirando y qué estás dejando de ver?
Cuando me pregunto esto me puedo dar cuenta de qué estoy echando en falta: el verano que ha acabado, las vacaciones pasadas que maquillo, el despertador que suena implacable cada mañana, el dolor de espalda que noto a ratos, los dos kilos que digo que me sobran, una conversación de trabajo que no me gustó, el trabajo de casa sin ayuda, la ropa que he dejado en la lavadora, el sueño sin soñar…
Agotada y sin energía es como me acabo de quedar, porque la he ido dejando en cada uno de estos pensamientos vampíricos. Al menos no he escrito que me roban, como si alguien superior a mí tuviera el control de mi vida. Al menos, soy consciente de que soy yo la que permito a esos vampiros chuparme la energía que necesito para mirar hacia…
¿Hacia dónde crees que estaba mirando? Sí, exacto, hacia lo que no me gusta, hacia lo que echo en falta.
Ésta es mi propuesta, recoge en un papel todo lo que te salga de estas cuatro miradas diferentes:
1ª Lo que quiero y tengo.
2ª Lo que no quiero y no tengo.
3ª Lo que quiero y no tengo.
4ª Lo que no quiero y tengo.
¿Qué te ha costado más pensar?, ¿qué ha sido más fácil?, ¿de qué te has dado cuenta?, ¿qué cambiarías?, ¿por dónde vas a empezar?
Cuando me fijo en lo que creo que carezco, dejo de ver lo que sí tengo. Cuando la mirada está en la carencia, la abundancia no existe. Cuando mi energía se pierde, se malgasta en lo que no es de valor en mi vida, no dispongo de más para emplearla en alcanzar mis sueños y estar, en este momento, sin más, presente para mí, para darme lo que necesito, disponible para aceptar, para aprender, para crecer, para ser, sin las expectativas que han puesto otros en mí, o incluso yo, copiándoles a esos otros.
Cuando vuelvo a mirar a mi vida, me doy cuenta de todo lo bonito que hay en ella y todo lo que me permito que entre. Y también todo aquello a lo que he puesto límites de entrada.
Y de esto hablaremos otro día.
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¿Qué piensas?