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El ojo de boticario

Por viernes, julio 10, 2015

Ética profesional y fidelización de clientes.

El cocodrilo esperaba colgado del techo su turno a que el mancebo acabara de convertir en polvo aquellas piedras resplandecientes. Se las había dejado su maestro dentro de un minúsculo saco, con la orden de triturarlas en el mortero de piedra hasta que se le cansaran las manos y sin desperdiciar ni un grano. Manejaba el pistilo como la mejor de las cocineras. Era una labor concienzuda. Al principio le pareció sencilla, pero no había nada simple entre aquellas paredes.

Las instrucciones de su señor eran muy estrictas. Él las acataba temiendo aquella mirada de reprobación que dejaba ver su rostro enjuto. No necesitaba ninguna palabra ni ningún gesto grandilocuente para entender cuándo se había equivocado. Mozos sobraban, sólo los espabilados podían estar a la altura de un oficio tan exigente.

El ojo de boticario.En este trabajo se vio rodeado de lo que al principio le parecieron utensilios de una extraña cocina. Pronto empezó a reconocer los rechonchos alambiques bajo un fuego contenido, goteando un líquido aromático que recogía en matraces y frascos de colores. Encajar el tapón de cristal esmerilado y pegar la etiqueta con el nombre, era el ritual siguiente. Culminarlo, le hacía sentir más cerca del reino de la Alquimia, ese arte mágico, y brujo para muchos, en el que habitaba su maestro. Aprendía de él en cada gesto, en cada frase que pronunciaba. Sus palabras le sonaban a ensalmos. Le recalcaba la importancia de escribir bien esos signos tan incomprensibles para la mayoría de los mortales. La primera vez que se lo dijo, sintió su cercanía al confiar en él una labor tan meritoria.

De entre todos los artilugios, los crisoles, puestos sobre hornillos a calcinar, le fascinaban. “Se quema lo viejo, el cuerpo que ya no vale, liberando así el espíritu”, le decía el boticario, refiriéndose al polvo blanco que quedaba en el fondo. Con una espátula, el mozo recogía el resultado de la incineración como si fuera su propia alma.

Todo tenía que pesarse escrupulosamente. Sabía usar bien la balanza, aunque fuera de aquel tamaño minúsculo para él, acostumbrado a la romana del mercado.

Los albarelos era lo que más llamaba la atención de las señoras que se atrevían a traspasar la espesa cortina de olores acres que rezumaban las paredes, en busca de sus afamados elixires. Aunque a veces esos olores eran tan dulces y amables como las maneras que sabía lucir su maestro.

En los anaqueles se apilaba el botamen de cerámica y de vidrio. De formas galantes, con pie y toca, adornados con flores y cintas, o rectos como soldados jóvenes y austeros como abadesas. Los había de todos los tamaños, encajados en rincones, supurando sus venenos, o relucientes y puestos a la vista, como majestades. Contenían las materias primas de la botica y los remedios ya dispuestos. Allí se podían encontrar pétalos o raíces de hierbas recolectadas como mandaba el canon botánico, o faneros y órganos de animales exóticos, y todas las preparaciones hechas según el arte. Los rótulos con sus nombres sonaban a canto gregoriano.

Al llegar a  la botica, el maestro le había enseñado el viborero y la lagartera. No sintió repelús, a él eso no le intimidaba. Ni tampoco se inmutó al ver el estanque plagado de sanguijuelas.

Aquel día, como si el habérselo mostrado le hubiera inspirando, el maestro sacó su libro de recetas, que llevaba siempre consigo, y apuntó algo para una poción, le dijo, mirándole con la esperanza de que llegara a ser su confidente.

El ojo de boticario.

Después del primer recorrido por las estancias de la botica y sus anejos, notó que el boticario lo miraba con otra cara, como con una curiosidad en la que podía haber algo de aceptación, la mínima para que volviera a la jornada siguiente. De eso hacía ya unos años. Aprendió rápido a cuidar la vida cautiva y peligrosa que se transmutaba en mágicos venenos en las manos de su maestro. Había oído hablar de las artes de aquel boticario mucho antes de servir a su lado.

El lapidario lo vio más tarde. No recuerda cuándo, pero sí el día que supo que en el armario labrado de madera y recubierto de pan de oro estaba el mayor secreto de aquellas estancias, el “ojo de boticario”. Era un domingo de Ramos, el día del Señor. Una mujer había corrido en busca de auxilio para su hijita. Era criada de una buena cliente suya, de las que pagaban bien y se mantenían fieles a sus remedios. Pero a ella no le hizo falta suplicarle. En el pildorero de porcelana, la chica se llevó el remedio santo, preparado para ella al momento. Aquel día, entendió qué significaba ser maestro. Y se llenó de orgullo de ser el simple mancebo de aquél tan grande.

En el cajón de doble cerradura del gran mueble dorado, el boticario guardaba bajo llave sus tesoros más valiosos. Corrían muchos rumores sobre lo que contenía. Algunos hablaban de la piedra de más luz nunca vista, capaz de convertir un burdo metal en oro. Hasta la fecha, a él nunca le hablada de eso. “Haz bien tu trabajo y aprenderás”, era lo que le repetía constantemente, como una melodiosa canción que acabaría calándole hasta los huesos.

Él aspiraba a llevar un día, en una de esas lujosas cajitas de madera policromada, el veneno que curara el mal que padecía su madre, de quien era el guardián de sus recuerdos.

 

Era el final de un día de trabajo y no sabía cómo continuar lo que acababa de escribir. Salí a pasear con Cleo. Estaba esperando a que cayera el sol para abordar el pensamiento que intuía quería liberarse de entre la telaraña de mi mente.

¿Desde cuándo no me dejaba sorprender?

¿De qué me sentía aprendiz? y ¿quién era mi maestro?

Notaba algo así como una ebullición de emociones. Como un borboteo ruidoso y sordo a la vez. Y, de golpe, algo parecido a una carrera de sensaciones. Las vi corriendo tras los pensamientos que se atrevían a salir de la cárcel en la que los había tenido cautivos con casi toda la razón.

Qué tonterías era capaz de pensar cuando dejaba de pensar. ¿Tonterías?

Si pudiera poner nombre a las emociones y si ellas se dejaran ver y tocar, ¿tendrían el color de las avellanas?, ¿sabrían a caricias?, ¿olerían a lluvia?, ¿serían grandes como gigantes o pequeñitas como briznas?, ¿me querrían decir eso que los pensamientos ocultaban?

Me dejé sentir y pensar por lo más inocente de mí, por la niña que paseaba a mi lado, la que llevaba a Cleo de su manita creyéndose mayor. Las tres caminábamos tan juntas que podía sentir el latido de un único corazón.

¿Qué es lo que me gustaría curar de mi vida?

¿Qué es eso que hago de lo que estoy orgullosa?

 

Haz bien tu trabajo y aprenderás, recordé.

 

Y tú, ¿qué secretos guardas bajo llave?

 

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¿Hablas o te comunicas?

Por domingo, junio 7, 2015

A menudo nos decimos que nos falta comunicación, que necesitamos más comunicación, que la comunicación falla, que es imposible comunicarse, que se nace comunicador o no, ¿no es verdad? Estos son algunos de los mitos de la comunicación que contribuyen a que nuestras conversaciones no alcancen nuestras expectativas y vivamos casi en un continuo malentendido.

Sin embargo hay quienes se comunican de otra forma. Ellos practican una comunicación con nombre y apellido, una comunicación eficaz. ¿Cómo lo hacen? ¿Es posible ser uno de ellos y ahorrarme conflictos, enfrentamientos y frustraciones? Claro, si alguien puede, todos podemos. Es cuestión de aprender.

Comunicarse eficazmente es algo muy distinto a hablar más. No se trata de cantidad sino de calidad.

 ¿Cómo son mis comunicaciones? ¿Qué canal utilizo?, ¿identifico el que utiliza mi interlocutor?, ¿cómo puedo sintonizar con él?, ¿empleo las palabras adecuadas, las que quieren decir lo que quiero decir y las que la otra persona comprende?

Además de con palabras, ¿cómo me comunico? ¿Qué dicen de mí mis gestos, mi postura, mi imagen, mis silencios, mi voz, mi mirada?

¿Te has preguntado alguna vez qué fue lo que pasó para que no te entendieran con lo claro que creías haber hablado o que no aceptaran tu ofrecimiento cuando tu mensaje era tan positivo? Ponte en el lugar de tu interlocutor, mírate con sus ojos, escúchate con sus oídos, experimenta la emoción o el sentimiento que produce tu mensaje en él.

¿Hablas o te comunicas?El lenguaje nos abre y cierra puertas. Con el lenguaje abrimos y cerramos puertas. ¿Notas la diferencia entre las dos expresiones?

Una cosa es escoger y otra que te escojan. Cuando aprendo a verme, escucharme y sentirme tengo la oportunidad de comprender el mensaje de la otra persona en su totalidad. Cuando me comunico eficazmente, mi interlocutor entiende lo que le digo y cómo se lo digo, con congruencia entre mis palabras y mis gestos, entre mi comunicación verbal y no verbal.

Esta congruencia es lo que da credibilidad a lo que digo y permite que sea entendido mi mensaje. Cuando estoy atenta a mi comunicación no verbal, puedo ver si la otra persona también me entiende. ¿Cómo lo hago? Observando los gestos, postura y mirada del otro, el tono y timbre de su voz que refuerza o no lo que me dice. Es un proceso dinámico, una reacción bidireccional en la que ambos participamos activamente, queramos o no, porque es imposible no comunicarse.

La comunicación no verbal traduce nuestras palabras en clave, dándoles o quitándoles crédito. Mientras observo y me observo para sincronizar mis palabras y gestos con los de mi interlocutor, estoy poniendo mi forma de entender el mundo a disposición de la forma de entenderlo del otro. En ese momento comparto mi mapa con el suyo. Es como si extendiera ese mapa mental que contiene la representación de mi mundo, de mi forma de entenderlo, ante los ojos del otro, facilitándole a él también que me muestre el suyo para llegar a entendernos. Si lo logramos, estaremos más cerca de aceptarnos y, quizá, de caminar un tramo juntos. Desde luego, habremos conseguido saber de qué hablamos cada uno, sin malos entendidos.

La PNL (Programación Neuro-Lingüística) nos abre las puertas a esa comprensión del mundo, del propio y del ajeno. Escuchar, ver y sentir son nuestros canales de comunicación y representación de la realidad. Son los caminos que utilizamos para crear nuestro mapa.

¿Qué podemos hacer para aprender a comunicarnos eficazmente? y ¿cómo lo hacemos? Utilizando nuestros sentidos, nuestros canales de aprehensión del mundo.

¿Te animas a verte, escucharte y sentirte?, ¿te atreves a ver, escuchar y sentir al otro? Si lo haces, estarás preparado para comunicarte eficazmente.

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Una brizna de autoridad o ¿qué pasaría si pudieras?

Por domingo, junio 7, 2015

En un lugar de la vida de cuyo nombre no puedo acordarme…

 

Eso me decía mi mente durante el paseo, mientras escuchaba la lluvia en una tarde de verano agotador en medio de la primavera. La magia de la tecnología y la locura del clima. Al pasear, me conecto a mi música, a mis sonidos preferidos y los escucho en medio de cualquier ambiente, incluso en el tórrido de Madrid a finales de este mayo. Me encanta el sonido del agua, me vincula con mi creatividad a través de las sensaciones de serenidad y plenitud que experimento.

¿Cuál es el sonido que te sirve a ti?

Había salido con el objetivo de escribir sobre coaching, justo después de escuchar la noticia de la edición de un Quijote traducido al castellano actual. Para terminar, digo yo, la asignatura pendiente de casi todos los hispano-hablantes. El autor estaba convencido de que así, de la misma forma que quienes lo hacían en traducciones a otros idiomas, podríamos también aquí leer tan magnífica obra. Y luego incluso atrevernos con la original, en ese castellano antiguo bello, rico y desconocido.

¿Tienes alguna asignatura pendiente?

Y hablando de asignaturas, ¿qué tal tu relación con la autoridad? Nos pasamos la vida, bueno, gran parte de ella algunos, peleando contra quien nos dice qué hay que hacer y añorando que alguien nos lo diga. Así somos o así nos comportamos.

¿Te has dado cuenta de cómo eres y cómo te comportas frente a la autoridad?

Yo he aprendido a permitirme observar mi comportamiento y a desligarlo de quién soy. Al menos, en algunas ocasiones, cada vez más, las suficientes para que esto mismo se convierta en mi forma de comportarme frente a mí. Me observo y dejo para luego juzgarme. A esto lo llamo, quererme. Y este querer nace de aceptarme a mí misma para luego poder, si quiero, si lo necesito, hacer algo diferente, más saludable en ese momento para mí y para mi vida.

¿Puedes encontrar en tu vida momentos en los que te has juzgado sin compasión?

Ahora que escribo lo que pensaba, mi cerebro se va centrando en un camino entre los muchos que recorría al pasear esta tarde. Ahora es el momento del análisis de lo creado, de poner palabras concretas a las emociones y experiencias del paseo. Es mi mente racional al servicio de la planificación, de qué escribir, cómo y para qué. Escojo hablarte de tú y preguntarte como si estuviéramos cara a cara.

¿Te has parado a pensar alguna vez en cómo planificas lo que haces?

Y, según sigo escribiendo, me doy cuenta de posibles errores de interpretación o de explicación por mi parte, o de la confusión que puedo generar, y exploro otras alternativas. Me adelanto al resultado, a tu lectura, me pongo en tu lugar y sale mi yo crítico positivo para conseguir hacerlo mejor, hasta donde yo puedo en este momento.

¿Utilizas la crítica para crecer o para sufrir?

Te invito a que observes estas tres formas de pensar que tú también tienes, la creativa, sin límites, la analítica que planifica cómo operar en concreto, y la crítica para adelantarte a los errores y corregirlos.

¿Hablas o te comunicas?¿Y esto qué tiene que ver con la autoridad?, quizá te estés preguntando. ¿A ti qué te parece? Tu opinión es la que cuenta. Lo que yo puedo aportarte es que en mi vida he encontrado personas en las que confío y de las que aprendo, a las que pregunto cuando dudo o estoy confundida o, simplemente, quiero escuchar otro punto de vista. Y, entre esas personas, me encuentro yo. Sí, a mí recurro cada día como fuente de autoridad en mi vida. ¿Quién mejor que yo me conoce?, ¿quién sabe lo que mi corazón siente o mi mirada percibe o mi mente sueña?

Éste es un lugar de mi vida al que he llamado mi rincón del Coaching. El espacio y el tiempo en que me permito preguntarme a mí misma, como cuando converso con la persona que ha confiado en mí. ¿Para qué? Para que la acompañe en su camino de descubrimiento.

¿Quieres convertirte en tu propia fuente de autoridad?

Esto es Coaching, una conversación en la que llegues a preguntarte qué haces, qué piensas, que sientes, quién eres, y cómo quieres ser y hacer en adelante. ¿Para qué? Para aprobar con nota tus asignaturas pendientes, si realmente quieres conseguirlo.
¿Quieres aprobar de una vez por todas?

Esto es Coaching con mayúsculas. Es acompañar a descubrir esa brizna de autoridad que todos llevamos dentro y aprender a ponerla a nuestro servicio.
¿Qué pasarías si pudieras?

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Celebrar

Por domingo, mayo 3, 2015

Un día y otro, una llamada y otra, un encuentro y otro, y yo seguía sin poder decir “te quiero”. Tan fácil, ¿no?

Sí, para mí era fácil no decirlo y estaba acostumbrada a pasar de eso que sentía como una ebullición que iba subiendo desde muy abajo y muy profundo y que casi dejaba salir en palabras. Pero no, no salían. Me lo proponía, de hoy no pasa, hoy se lo digo, “te quiero”, sin más. Y, de nuevo, no salían esas dos simples palabras de mi boca, acostumbrada a decir tantas otras.

Un día, compré, en un portal de ventas de internet, un servicio de limpieza integral del coche. Tenía un buen descuento y me había hecho a la idea de que si no era tan bueno el servicio, perdía poco. Llegar al sitio fue una odisea, casi pierdo la hora de cita, me lo advirtieron. Y si la perdía, no podría canjear mi compra más adelante, el servicio caducaba ese mismo día. Estoy acostumbrada, también, a perderme entre las pocas, para mí infinitas, posibilidades de perderse en una ruta con navegador.

¿A cuántas cosas más estoy acostumbrada a perder?

Esa tarde en que llegué a tiempo, después de mil vueltas alrededor, dejé el coche en la empresa y sin otro medio de comunicación, tuve que esperar dos horas en un polígono a que realizaran el servicio.

Puede volver en dos horas, me dijeron, al entregar las llaves. ¿Qué? Eso no estaba advertido en el anuncio ni tampoco lo pregunté yo, ni indagué en dónde estaba el sitio y qué había en sus alrededores.

Salí, cargada con el bolso y la cartera de trabajo, dispuesta a disfrutar de esos alrededores que me parecieron un páramo, desde luego por el frío. Justo al lado, casi puerta con puerta, había un restaurante de los que se anuncian como los mejores. Su nombre era muy conocido. Entré. Un café, por favor. ¿Lo puedo tomar en una mesa? El restaurante estaba vaciándose de comidas de directivos. Algunos alargaban una sobremesa con la bebida de moda que tomaban, sin humo, por supuesto, pero con la misma o mayor avidez que cuando casi todos fumaban.

Nadie me miró. Yo les observé a todos. Me divertía la escena. Apuré el café como si cada grano fuera tostado y triturado antes de hacer la infusión, especialmente para mí. Con azúcar moreno. Me imaginé con todos los derechos a estar allí. Un día volveré y consumiré su menú degustación, el de los anuncios en la radio. Estas cosas me las decía para no sentirme excluida, con derecho absoluto de usar esa mesa de ese comedor de 40 € mínimo el cubierto.

Allí empecé a pensar en que esta vez sí lo diría. Lo pensaba de otra forma, lo pensaba con el corazón y con las tripas y con algo más, algo nuevo. Un recurso que sabía utilizar en otros ámbitos de mi vida. En mi profesión, sin duda. En ella era una experta. Afrontar el reto. Me encantan los retos. Me apasiona la sensación de ir más allá de las posibilidades, incluso de las que nadie ve.

Decidí que esa tarde sería el momento de decirle: te quiero. Arriesgarme a salir de mi zona de confort, en la que la costumbre, aunque me duela, es la que conozco y es en la que me siento segura.

Después de sólo media hora de café a cubierto, salí a la calle, con más frío aún, en un anochecer de mediados de diciembre.

Llevábamos muchos años juntos, algunos en los que nos distanciamos. Yo me distancié para ser capaz de seguir queriéndole. El número de su móvil lo tengo grabado en “mis favoritos”. Lo seleccioné y esperé. Tardó una eternidad en contestar. Deja que suene, lo mira de lejos y…¿Sí…? Su pregunta, la de siempre, tuvo una contestación distinta, única. Te llamo para decirte que te quiero…

Qué anochecer tan bonito de agradecimiento. Una tras otras se fueron colocando las palabras entre nosotros como si siempre hubieran estado ahí para nosotros, esperándonos a compartirlas, a decírnoslas cuando nosotros estuviéramos preparados para oírlas.

Gracias, vida, por el amor que hay en mí. Gracias, amor, por la vida que me das.

Ha sido un punto de inflexión en nuestras vidas. Y tengo muchísimas ganas de volvérselo a decir.

Aquel día fue como entrelazar toda nuestra infancia juntos, nuestra adolescencia y los años que luego empezaron a separarnos, y tejer con ellos lo que nuestros nombres, los mismos, sienten, libres de egos, libres de personalidades. Tejer y retejer las veces que haga falta una vida llena de un amor que va más allá de lo que nos digamos, de lo que seamos capaces de decirnos con palabras.

celebrar día de la madreTe quiero y quiero seguir compartiendo mi vida contigo.

Hoy celebro el amor de mi madre que nos ama tan profundamente a los dos, que nos dio la oportunidad de conocernos y caminar por la vida sabiendo que el otro siempre estará ahí para mí, para él.

 

Hoy saldremos a celebrarlo.

 

Te invito a celebrar lo mejor de tu vida con quienes forman parte de ella. Y te invito a decírselo, a decírtelo a ti.

 

 

 

 

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Ejercicio de zonas de influencia

Por martes, febrero 17, 2015

Ejercicio para pasar de la preocupación a la ocupación

…¿Tengo que preocuparme porque me vaya a pasar como a ella? No sé si sucederá. Lo que sí sé es que preocuparme por llegar a ese sitio no me garantiza no llegar…

 

Si has leído el post “¿Discapacidad?”, reconocerás la frase anterior.

A veces nuestro pensamiento está centrado en cosas que están fuera de nuestro control. A eso lo solemos llamar “estar preocupados”.

¿Te ha sucedido alguna vez a ti? ¿Imaginas que pudiéramos cuantificar ese tiempo?

 

Puedes preguntarte cuánto tiempo has invertido en algo sobre lo que tienes poca o ninguna capacidad de influencia. La respuesta te dará la cantidad de energía perdida en cosas que no está en tus manos solucionar. Y, también, te dará idea de la cantidad de energía que has dejado de invertir en aquello sobre lo que sí tienes capacidad de influir y cambiar.

 Para trabajar esta capacidad de invertir adecuadamente la energía que tenemos, te propongo este ejercicio.

 

 1º Piensa en lo que te preocupa.

Repasa tu vida personal, familiar, social, profesional. Piensa en cualquier aspecto sobre el que te sientes preocupado.

Escríbelo, ponlo en frases cortas y sencillas.

Imagina que es una mochila que llevas a cuestas en tu vida.

 

¿Cómo te sientes con todo eso presente en tu vida?, ¿con todo ese peso que cargas a tu espalda?, ¿hacia dónde va tu mirada?, ¿qué te dices a ti mismo?, ¿qué escuchas a tu alrededor?

 

2º De eso que te preocupa ¿sobre qué no tienes ninguna influencia?

Son los pensamientos que están por completo fuera de tu capacidad de actuar sobre ellos.

Separa estos pensamientos, colócalos aparte. Ahora, tienes dos listas:

  • Lo que te preocupa, pero no depende en absoluto de ti hacer algo para cambiarlo.
  • Lo que te preocupa y sobre lo que puedes actuar en alguna medida, solo o con la participación de otras personas.

 

¿Cómo te sientes cuando has sacado esas preocupaciones de tu presente?, ¿cómo pesa ahora esa mochila?, ¿qué ocurre con tu mirada?, ¿qué ves ahora?, ¿qué escuchas dentro de ti, a tu alrededor?

 

3º Separa aquello que te preocupa y sobre los que tienes sólo cierta influencia.

Pon estos pensamientos sobre las cosas que te preocupan pero no depende sólo de ti poder actuar sobre ellos, ya que necesitas la participación de otros para conseguirlo.

  • Lo que acabas de hacer es separar, de la segunda lista, lo que no depende sólo de ti, de lo que sí depende de ti. De esta manera, tienes ya tres listas:
  • Lo que te preocupa, pero no depende en absoluto de ti hacer algo para cambiarlo.
  • Lo que te preocupa y sobre lo que puedes actuar en alguna medida con la participación de otros.
  • Lo que te preocupa y sobre lo que tú tienes toda la capacidad de actuar.

 

¿Cómo te sientes ahora?, ¿qué ves nuevo?, ¿qué te dice esto de tu vida?

 

4º Dibuja tres círculos concéntricos, como los que tienes aquí abajo.

En ellos colocarás cada una de las tres listas.

  • En el círculo más externo, pon aquello que te preocupa pero sobre lo que no puedes influir de modo alguno. Ésta es tu zona de preocupación pura (ZP)
  • En el círculo intermedio, sitúa aquello sobre lo que tienes capacidad de influencia, aunque su solución no está solo en tus manos. Ésta es tu zona de influencia (ZI)
  • En el círculo más interno, quédate con las cosas que dependen de ti. Ésta es tu zona de control (ZC).

 

ejercicio-para-identificar-la-zona-de-control-e-influencia
De esta forma, puedes ver cómo se organizan tus pensamientos y cómo se distribuyen tus energías.

Ahora tienes un mapa que te ayudará a actuar sobre lo que puedes llegar a conseguir.

¿En qué círculo te sientes con más energía?, ¿en cuál cuentas con más recursos propios?

La zona de control es en la que te mueves con más soltura, en la que las acciones son más fáciles de planificar, en la que los objetivos son tuyos y conseguirlos sólo depende de ti.

Cuanta más influencia ejerzas sobre los otros, sobre tu entorno, más ampliarás tu zona de control.

Estos aspectos se trabajan en un proceso de coaching, son sus bases. El ejercicio se basa en el modelo de S. Covey de “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”?, y en explorar tus sistemas representativos y de comunicación a partir de las propuestas de la PNL (Programación Neuro-Lingüística) de Bandler y Grinder.

Repasa tus preocupaciones, tus listas. ¿Hay algo que trasladarías de un círculo a otro?, ¿qué ocurre cuando lo haces?, ¿cómo queda tu energía, la ganas o la pierdes?

 ¿Dónde tienes puesta tu energía ahora?, ¿quieres hacer algún cambio?, ¿qué pasaría si lo hicieras?

Tú ahora estás en disposición de ver más claramente por dónde empezar tu propio proceso de desarrollo, de escuchar lo que de verdad importa en tu vida y sobre lo que puedes actuar y de sentirte competente para ello.

 Descarga el ejercicio en formato PDF haciendo click aquí.

¿Qué has aprendido de ti con este ejercicio?

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¿Discapacidad?

Por martes, febrero 17, 2015

Acabábamos de llegar de un largo viaje a la vuelta de la esquina. Ahora, cada pasito que dábamos juntas se convertía para ella en una prueba de resistencia, en su triatlón particular. Era una campeona.

Llevaba todos sus años a cuestas, aunque cada vez el pasado le pesaba menos y el futuro era tan inmediato que vivía en un ahora casi permanente.

¿Qué has comido hoy?, ¿vas al fisio esta tarde?, ¿qué tal la pelu? Eran preguntas sin sentido ya. La vida se simplificaba a cada rato.

Hace un momento, en la noche, cuando ya estaba acostada, sentada al pie de su cama, le preguntaba: ¿qué cosa bonita te ha pasado hoy? Y como ella prefería acordarse de lo malo —se había hecho una experta en encontrar lo peor de cada situación—, la pregunta siempre empezaba con la misma contestación: nada. Vale, pero si lo piensas un poquito más, ¿qué has hecho hoy?, ¿con quién has estado?, ¿te ha gustado la comida?, ¿has hablado con los niños?, ¿qué ropa te has puesto?… Y así, poco a poco, su mente iba encontrando recuerdos de un color diferente al negro zaíno. Su cara se iluminaba y una sonrisita pícara de niña pequeña preludiaba una tras otra respuestas alegres que a ella misma le sorprendían. ¿Tanto bueno me ha pasado?, quizá se preguntaba a sí misma. O quizá, como cogida en renuncio, pensaría algo parecido a “esta hija mía qué lista es, no me puedo escaquear”.

Tontunas que nos hacían el encuentro nocturno casi lo mejor de cada día. De ellas apenas hacía un momento. Sólo habían pasado unos pocos meses desde entonces. Desde aquel entonces en el que ella podía pensar en algo que había ocurrido y en algo que fuera a suceder más allá del día siguiente. Y este otro momento convertido en un ahora indivisible en fracciones de tiempo, por muy cercanas que estuvieran.

Me he puesto a escribir esto al llegar a casa con la certeza de que no iba a olvidar lo que me acaba de decir ella y que yo no había entendido, pero…no ha sido así. Sólo guardo el recuerdo de que en esa conversación había sido yo quien no la había escuchado ni, desde luego, entendido.

¿Tengo que preocuparme porque me vaya a pasar como a ella? No sé si sucederá. Lo que sí sé es que preocuparme por llegar a ese sitio no me garantiza no llegar. Y lo que es peor, cómo voy a renunciar a ir de una mano como la suya. Lo recorrería sin rechistar. Por lo que, si voy a llegar, gracias de antemano.

De su sonrisa se desprende una sensación con la que puedo andar la distancia que separa nuestras casas, incluso lloviendo, sin calarme más que de agradecimiento a la vida, a ella que la representa para mí.

De ella, con ella, por ella, para ella y para…mí, aprendo a hacer las preguntas que las dos necesitamos.

¿A quién ves ahora aquí contigo?, ¿quién es ésta que está a tu lado, escabulléndose entre los pliegues de la colcha?, ¿a quién escuchas?, ¿oyes ese ruidito de crujir de sábanas recién planchadas que haces al querer arrebujarte en ellas?, ¿tienes frío o estás a gusto?, ¿cómo te sientes?, ¿a qué te huelen mis manos?, ¿te gusta la crema con la que te acabo de dar le masaje en los pies?…

Cuantísimas preguntas se pueden hacer para centrar la atención en un aquí y ahora presente, eterno, el único momento de la vida que existe en la realidad. Tantas, como la mirada que compartimos ambas, del color de una comprensión que aprende a romper cualquier límite. Una mirada que sabe a aceptación, tierna y firme.

Quizá en otro momento, que espero para un poquito más adelante, aunque prefiero no esperarlo, quizá a la vuelta de otra esquina, las preguntas dejarán de tener sílabas y se pronunciarán con sonrisas calladas y besos sonoros. Y será como volver a gatear por los pasillos de casa bajo la mirada de quien más nos quiere. Y las respuestas serán aún más cálidas, guardando en cada gesto la esencia de todos los gestos bonitos vividos juntas.

Y no habrá preguntas, sólo un estar ahí. Presente y totalidad.

Pero eso será otro día. Ahora y aquí, andamos balanceándonos entre ambas piernas, como en una borrachera de niña pequeña que no acaba de caerse y que, si lo hace, se levanta con un resorte de risa espléndida y mágica.

<<Te propongo un ejercicio>> para dejar de preocuparnos y empezar a ocuparnos de aquello sobre lo que tenemos capacidad de actuar e influir.

 

 

 

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Dar testimonio

Por martes, febrero 17, 2015

Dar testimonio es ofrecer la palabra propia como afirmación de algo. Ser testigo de que algo fue así, tal y como se cuenta. En coaching, se dice que las afirmaciones, uno de los actos lingüísticos básicos, describen el mundo, hablan de él sin enjuiciarlo.

Mediante el testimonio de alguien, podemos conocer lo sucedido sin haber estado allí. Es como si nuestros sentidos pudieran percibir eso ocurrido a través de los ojos y oídos del otro.

 Los testimonios nos permiten conocer lo que aún no conocemos. Por eso es tan importante dar testimonio. Y por eso es imprescindible que cumpla con su propósito de fidelidad a la experiencia, a la realidad observada. El testigo se convierte así en un referente que pone su crédito personal como aval de esa realidad de la que da cuenta.

¿Has ido alguna vez a algún sitio, has hecho un viaje, porque alguien te lo ha recomendado?, ¿has hecho algún curso basándote en lo que te han dicho?, ¿has comprado algo por recomendación de alguien?

Yo no entiendo de coches, antes decía incluso que no me gustaban. Pero ya he tenido varios. La decisión de comparar cada uno ha estado basada, fundamentalmente, en lo que una persona muy querida por mí y que sí entiende, me ha dicho en cada ocasión. Su testimonio ha sido la clave para que yo pudiera elegir con confianza, con la seguridad de que lo estaba haciendo bien.

 Yo no entiendo de muchas cosas ni he estado en muchos sitios. Pero si algún día decido hacer el viaje que sueño, preguntaré a mi referente en esto. Alguien que sí ha estado allí y ya ha vivido esa experiencia. Alguien en quien confío plenamente.

Nuestra vida está plagada de decisiones grandes como la alta copa de una  secuoya roja, o pequeñas como una perrita pincher miniatura. Las hay de todos los tamaños, entre las que tomamos escuchando el testimonio de otros.

Nos ayudan a elegir. Nos facilitan esto que llamamos vivir. La vida es una elección permanente.Dar testimonio“El que manda no se pertenece a sí mismo”, dice Dña. María Pacheco, regidora de Toledo tras la ejecución de su marido, Juan de Padilla, capitán general de los comuneros de Castilla, en la película “La leona de Castilla”. Una película muy antigua que acabo de ver por casualidad justo cuando estaba escribiendo este texto.

A la viuda de Padilla se la llamó “el último de los comuneros”. Fue una mujer valiente que defendió sus creencias frente a todos por salvaguardar los valores de su pueblo, sus fueros, su libertad.

Ella eligió ser leal y fiel a los principios que compartía con su esposo y con su pueblo. Ella eligió, siguiendo el testimonio de su esposo. Eligió mandar cuando todo estaba perdido, le decían algunos. Pero siguió a su corazón que latía de acuerdo a los principios de quien más quería y respetaba.

Ésta fue una de esas decisiones grandes que trascienden nuestras propias vidas.

Ayer, comiendo con mi madre, le dije que se ayudara con el pedacito de biscote, como hacía en el hospital. ¿Qué hospital?, me preguntó. Ya no recordaba que, en la antesala de la navidad, la habían operado por romperse la cadera, la otra, la buena, como decía hasta entonces.

En ese momento elegí aceptar, como ella, como me enseñaba con su testimonio, que la vida se vive en presente, como su presente continuo.

Al dar testimonio ayudamos a decidir de entre las posibilidades que alguien se plantea. Pero, sobre todo, somos coherentes y fieles a nuestro compromiso con la verdad de la realidad que hemos vivido, de la que hemos sido testigos.

 Te animo a que des tu testimonio, a que lo dejes a disposición de quien pueda necesitarlo, aquí mismo, en esta página que construimos juntos.

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Ejercicio para la toma de decisiones

Por lunes, enero 12, 2015

Si tú no decides, alguien lo hará por ti.

Por eso te animo a que leas mi post “¿Qué camino escoges?” y reflexiones sobre cómo tomas tú las decisiones. Y luego, a que practiques este ejercicio que te ayudará a desarrollar habilidades en la toma de decisiones a hacerlo de una manera consciente con este ejercicio que te propongo.

Vivir es elegir. Lo hacemos constantemente, de manera consciente o inconsciente, programada o sobre la marcha. Y según dicen los expertos, de entre las muchas estrategias para tomar decisiones, la mayoría de las veces sólo utilizamos 4 ó 5. Lo más curioso es que estas mismas estrategias las aplicamos a decisiones tan cotidianas como la compra diaria en el súper o por dónde vamos al trabajo, o de tanto alcance como cambiarnos de casa o de trabajo.

En este post te invito a entrenar tus habilidades en la toma de decisiones.

No existe la decisión ideal, porque en todas hay incertidumbre, y cualquiera que tomemos tendrá ventajas e inconvenientes. Pero sí podemos aprender a tomarlas con mayor eficacia y con mejores resultados.

Para llegar ahí, ¿qué necesitas saber? y ¿qué tienes que hacer?

Lo primero, conocerte, saber de ti. Porque sabiendo esto podrás tomar la decisión más acorde, la que te proporcionará una sensación mayor de serenidad y de acierto.

Entrenarme para conocer qué es lo que quiero y qué es lo que no quiero en mi vida.

toma de desiciones 1

 Toma papel y lápiz y dibuja un cuadro con cuatro casillas, como el que te pongo más abajo, y escribe en ellas:

 

1ª Casilla: lo que quiero y tengo.

 

2ª Casilla: lo que quiero y no tengo.

 

3ª Casilla: lo que no quiero y tengo.

 

4ª Casilla: lo que no quiero y no tengo.

 

Date tiempo para pensar sobre el contenido de cada una. Sé concreto y expresa tu pensamiento con sencillez.

 

¿Qué casilla te ha costado más?, ¿cuál ha sido más fácil?

¿Son todos los contenidos del mismo peso?

¿Hay alguno más relevante para tu vida?, ¿en qué casilla esta?

¿Has descubierto algo que te llama la atención?, ¿algo que no sabías?

 ¿Qué has aprendido de ti al hacer el ejercicio?

Ejercicio-de-toma-de-decisiones

 

Para descargar el ejercicio en formato PDF, haz click aquí.

Este ejercicio está basado en la propuesta de G. Bertolotto para trabajar el diseño de objetivos, a partir de los estudios de R. Bandler, co-creador de la PNL, sobre alejamiento y acercamiento, que son las direcciones vitales de nuestra mente.

 

A partir de ahora, ¿hacia dónde te quieres mover?

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¿Qué camino escoges?

Por lunes, enero 12, 2015

Cuando salgo a andar y llevo el tiempo justo, suelo ir por el mismo camino, el que empieza nada más cruzar la calle. Es como si mi mente dibujara una línea recta desde el origen al punto de destino y me indicara que por ahí llego antes. Sería algo parecido a ir trazando líneas rectas entre los distintos puntos del recorrido para ir acortándolo.

Curiosamente, este camino no es el mismo que utilizo para regresar. Porque a mi vuelta, al llegar a una de las posibles bifurcaciones, se abre otro más amplio entre los árboles del parque y, aunque es en cuesta, lo cojo. Por él circunvalo el de ida, lo rodeo en sus tramos medio y final.

Esta tarde salía de casa, como es habitual en mí en los últimos meses, con una hora fijada para el paseo, llegada y salida, es decir, sin tiempo para imprevistos.

Cuando, a mitad del paseo, me he dado cuenta de que estaba trazando ese imaginario recorrido óptimo y que luego haría otro diferente, me he preguntado, ¿qué me lleva a tomar esa decisión, a escoger uno y otro camino en dos momentos diferentes?

La respuesta es que mi mente visualiza el camino más cercano como el más rentable para mí en ese aquí y ahora inmediatos, sin evaluar los pormenores del recorrido y la inversión que debo hacer en cada uno, de tiempo, espacio y esfuerzo. Es una visión general, una valoración global de la situación.

Esto significa que he primado la inmediatez y quizá algo más. Algo parecido a sentir que era lo correcto, lo que más me convenía. A la ida, voy con el tiempo justo. A la vuelta, puedo entretenerme un poco, a pesar de lo que a esas horas ya me pesa el día.

 Cada elección tiene un coste y una ganancia. La primera, ir por un camino menos bonito para mí y el creer que llego antes, que atajo. La segunda, que, a pesar de la cuesta y quizá del cansancio, puedo disfrutar del regreso sin la presión del tiempo, que aún tengo fuerzas y ganas para entretenerme en un tiempo que es para mí. Es como si el camino de ida me llevara a mi destino, lo antes posible, sin perderme en dudas. Y el de vuelta, me alejara de las prisas imaginadas del día y me dejara un tiempo sin límites.

Aunque ambas elecciones tienen un objetivo distinto, en cada una de ellas se esconde una estrategia similar. En los dos casos escojo el camino más cercano y luego lo rentabilizo.

Mi mente es capaz de sacar lo mejor de cada elección. El paseo de hoy me ha ayudado a darme cuenta.

Ésta es una forma de tomar decisiones. Hay otras.

A la hora de elegir, optimizar, maximizar y satisfacer son aspectos a considerar en función del resultado buscado.

Podía haber maximizado este proceso, evaluando exhaustivamente cada uno de los aspectos a considerar, ponderándolos según el valor atribuido. Así tendría la mejor de las decisiones de entre todas las posibles.

También me podía haber quedado satisfecha con la primera opción mínimamente aceptable, sin pensar más allá.

En mi caso, lo que he hecho es optimizar la elección, al generar una respuesta que me ha permitido alcanzar un equilibrio entre los distintos componentes en juego en ese momento para mí.

Aprender a reconocer cómo elegimos nos permite ser conscientes de nuestros deseos y necesidades, de nuestras preferencias. Y, además, nos aporta el valor de poder generar opciones distintas, adecuadas a cada tipo de decisión y momento.

 Y tú, ¿qué camino escoges?

Te propongo un ejercicio para desarrollar habilidades para la toma de decisiones efectiva. Haz click aquí para ir al ejercicio.

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Ejercicio para modular creencias

Por lunes, enero 12, 2015

 ¿Has leído el post SERVICIO PÚBLICO?

Desde El Rincón de Cleo, te propongo un ejercicio de coaching basado en PNL para indagar en tus creencias y aprender a modularlas.

Las creencias son aquellos juicios que guardamos en el disco duro de nuestra mente, a veces sin ser conscientes de su existencia, y que nos dan o quitan el permiso para hacer lo que hacemos. Son la llave de nuestras acciones.

Son pensamientos que se han quedado en las profundidades de nuestra inteligencia, que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra vida, a los que otorgamos el valor de ser auténticos, a pesar de su inconsistencia en muchas ocasiones, y a los que convertimos en nuestros juicios de valor.

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